El Espejo de Eugenia
El Espejo de Eugenia: México de todos los tiempos
Sea cual sea el resultado, ya nos veremos para reelaborar la lista del México de todos los tiempos.

Así se suele llamar a la siempre ardua iniciativa de formular la formación ideal del equipo mexicano de futbol a lo largo de la historia, que es un mínimo fragmento de la historia humana, de ahí que resulte presuntuoso ese concepto de todos los tiempos, pero cabe utilizar esa fórmula para el más popular deporte del planeta, que tiene apenas ciento sesenta años de existencia, al menos en el concepto que hoy conocemos.
Esa centuria y media en realidad corresponde a las normas determinadas con la creación de la Football Asociation inglesa, pero, hace algunos años el Observatorio Romano publicó un artículo en el que, a partir de hallazgos de Bartolomeu Meliá, jesuita, lingüista y antropólogo nacido en Baleares, España, se puso en evidencia que la práctica más antigua del balompié provendría de Paraguay, donde, con el nombre de Ñanga nembosarái, se detalla el juego que practicaban los indígenas de la región de San Ignacio Guazú, donde se asentó una de las primeras misiones religiosas en territorio guaraní. Más allá de este curioso episodio, no cabe duda de que, independientemente de donde haya nacido, el futbol se convirtió en la manifestación lúdica y atlética más famosa del mundo. Por último, en los enfrentamientos entre Inglaterra y Paraguay en las fases finales de la Copa del Mundo, el triunfo favoreció a los británicos: 3 a 0 en 1966, y 1 a 0 en 2006, así que los paraguayos, por más inventores que hayan sido, llevaron la peor parte. Ambas escuadras cuentan con al menos dos de los mejores jugadores de la historia: Bobby Charlton y José Luis Chilavert.
Con normas y reglamentos ingleses que fueron modificados solo por avances tecnológicos, el caso del VAR en nuestros días, el futbol convoca tantos millones de ciudadanos y ciudadanas que es tan complejo, como en todo canon y antología, elegir a los mejores, considerando que las estrategias también han evolucionado, pues de la antigua alineación del 3-2-5-, hoy asistimos a variantes defensivas u ofensivas muy complejas.
La revolución del fútbol total de Johan Cruyff en la Holanda de los años setenta, el catenaccio italiano, el jogo bonito brasilero de Pelé y Garrincha, entre tantos esquemas, dificulta la elección puesto por puesto, porque no son esquemas inmutables y es tarea de titanes optar por determinados jugadores, con el agravante de variables como idolatría, popularidad, éxito, fama, lo que nos presenta un escenario subjetivo a la hora de escoger a los mejores. Quizá por ello, la base será la que determinó la FIFA, que tras consultas, encuestas y escrutinios de técnicos, periodistas y de los propios actores, nos entregó la siguiente oncena, bajo la firma de responsabilidad de la IFFHS ALL-TIME MEXICO MEN’S DREAM TIME:
Antonio Carbajal; Ramón Ramírez; Rafael Márquez; Claudio Suárez, Gustavo Peña; Raúl Cárdenas; Benjamín Galindo; Cuauhtémoc Blanco; Luis de la Fuente; Hugo Sánchez; Salvador Reyes.
Apenas publicada la lista, aparecieron cuestionamientos de toda índole, motivados por lecturas diversas que se manifestaron sobre la base de contemporaneidad, actualidad, prejuicios, animadversión. Ese malestar se convirtió en una multiplicación de memes, sugerencias, propuestas, y surgieron nombres no contemplados en el listado oficial de la Federación Internacional de Futbol Asociado.
Quienes se manifestaron en contra de la Tota Carbajal, citaron a Jorge Campos, Ignacio Calderón y Memo Ochoa; la retaguardia acogió a Ignacio Flores, Guillermo Sepúlveda, Arturo Vázquez Ayala, Alfredo Tena, Carlos Salcido; en el medio campo: Alfredo del Águila, Tomás Boy, Isidoro Díaz, Felipe Ruvalcaba, Gerardo Torrado, Héctor Herrera, Andrés Guardado y Manuel Negrete; y, en la ofensiva; Luis Hernández; Jared Borgetti, Enrique Borja, Horacio Casarín, Alberto García Aspe, Horacio López Salgado, Héctor Hernández, Carlos Hermosillo, Javier Hernández, por citar a los que fueron nombrados más ocasiones.
En virtud de ser exclusivamente mexicanos, o quizá por el manto del olvido tejido con filamentos xenófobos, no fueron invocados los nombres de jugadores de leyenda, los casos de los republicanos españoles como Isidro Lángara, el naturalizado Leblanc, los vascos Pedro Regueiro y Martín Valtonrá. En los años cuarenta debió intervenir el presidente Manuel Ávila Camacho para reglamentar el número de jugadores extranjeros que podían alinearse en la cancha. Con el paso del tiempo y las necesidades, nacionalizados y naturalizados representaron con más pundonor que sospechas al equipo mexicano, de ahí que quizá, una encuesta más prolija podría incorporar aquellos nombres olvidados.
Ahora, frente a un nuevo reto mundialista, aparecerán, siempre como consecuencia de una actuación positiva, los nombres de quienes conforman la actual selección nacional. Es de esperar que nunca más se repitan las crónicas agudas, aunque ácidas, como las que Arturo Santamaría Gómez refiere al comentar la gira que la tricolor hizo por Europa a fines de la década del sesenta como preparación para el primer Mundial organizado en nuestro suelo, y que, tras ser derrotada por casi todos los adversarios, devino en crítica y albur: El humorismo del país, siempre ácido y de baja estima cuando se habla de la personalidad mexicana, decía después de la catástrofe europea que Nacho Trelles, el entrenador, “había viajado a Europa con exceso de equipaje, ya que llevaba 19 maletas y ningún futbolista. [1]
Tengo la confianza, convertida en esperanza, que en Qatar vamos a catar un sorbo de alguna copa. No será pulque, ni tequila ni mezcal, mucho menos trago amargo. Será un festejo que hará que en la nueva convocatoria al nuevo equipo ideal, aparezcan los héroes del presente. ¿Seré acaso demasiado optimista? Si los resultados fuesen adversos, sosegado y cabizbajo me iré a la calle Bucarelli, donde junto a un par de maldiciones, susurraré en el bar, con la letra de Consuelo Velázquez en la memoria: Yo tengo que decirte la verdad, aunque me duela el alma. No quiero que después me juzgues mal, por pretender callarla.
Sea cual sea el resultado, ya nos veremos para reelaborar la lista del México de todos los tiempos. Como en otro ámbito, siempre espero que haya más revueltas que paz.
[1] Arturo Santamaría Gómez; Mentalidad, nacionalismo y estilo en el futbol mexicano; XXVII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología. VIII Jornadas de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. Asociación Latinoamericana de Sociología, Buenos Aires, 2009. cdsa.aacademica.org/000-062/1926.pdf
El Espejo de Eugenia
Espejo de Eugenia: VIOLETA Y AMPARO
No fueron ni son hadas ni amazonas, fueron y son, cronistas, reveladoras de patrañas, denunciantes de injusticias; no utilizaron leyes o leguleyadas ni se arrimaron a hombros machos para tomar vuelo, lo hicieron a través de la ternura, alzaron la voz desde la ira, afinaron silencios de siglos, rasgaron cuerdas locas, fueron, en suma, lideresas del coral de excluidos y desamparados.

Violeta del Carmen Parra Sandoval nació en 1917 en la comunidad de San Fabián de Alico, actual región de Ñuble, Chile; María Amparo Ochoa Castaños vino al mundo en 1946 en Costa Rica, municipio de Culiacán, Sinaloa, México,; Violeta arpillera, Amparo maestra rural; Violeta se suicidó el 5 de febrero de 1967; Amparo falleció de cáncer el 8 de febrero de 1994. Se cumplen, entonces, cincuenta y seis años sin Violeta y veintinueve sin Amparo, dato que solo copia las mentiras que la helada cronología y el obituario registran, porque están allí, vivas, con voz alta, agudas, habitantes de las ciudades de las damas.
No fueron ni son hadas ni amazonas, fueron y son, cronistas, reveladoras de patrañas, denunciantes de injusticias; no utilizaron leyes o leguleyadas ni se arrimaron a hombros machos para tomar vuelo, lo hicieron a través de la ternura, alzaron la voz desde la ira, afinaron silencios de siglos, rasgaron cuerdas locas, fueron, en suma, lideresas del coral de excluidos y desamparados.
En horas de presunto ocio, Violeta amasaba arcilla y barro para modelar esculturas que se sostenían en alambres y eran decoradas con granos de lentejas, arroz, frijoles, especie de collage de la comida popular; sus tapices, al igual que las esculturas, fueron exhibidos en el Museo Louvre de París, y son testimonio de una mirada que, entre cubismo y naif, exploraba el olvido al que se sometió por centurias a artesanos y artistas populares de culturas arrasadas. Con la guitarra, el cuatro venezolano, y la asistencia de algunos de sus hermanos deambuló por destartalados boliches circundantes al barrio Mapocho de Santiago, donde interpretaba rancheras y corridos de la Revolución mexicana, y era fácil percibir que por su sangre corrían glóbulos de Lautaro, Caupolicán y Emiliano Zapata; para sus ojos nada estaba vedado, de ahí que en sus cánticos que parecían ascender desde su carpa al cielo encontremos el maíz de los Picunches, el rehue de los Mapuches, la cerámica de los Huilliches, los Rapanui y su acervo polinesio, las calabazas de los Diaguitas, las canoas de los Caucahués, mapa para la amnesia de otros, registro para el desprecio de cuicos y cuicas, vale decir, la clase alta chilena, que con sus pergaminos heráldicos de nobleza y aristocracia adquiridos en anticuarios, engrosarían las carpetas de contratos y negociados en las altas esferas del poder, esos mismos momios que desde 1973 festejaron y zapatearon sobre las mazmorras de la dictadura fascista de Pinochet.
Amparo destacó desde su niñez en el arte popular. Cantaba sentaba en las faldas de su padre, Don Chano, guitarrista y acordeonista. Su preocupación por la infancia desvalida la inclinó hacia la docencia, y en su paso por las escuelas rurales dejó la impronta de su humanismo, solidaridad y complicidad con los anhelos de los marginados. Se trasladó a Ciudad de México en 1969 y aquí se abrió la senda que la llevaría por escenarios del mundo, con su voz de cenzontle norteño, pájaro de cuatrocientas voces. Con un quejido caprino, Amparo elevó la voz por los desposeídos, porque, decía: El compromiso de todo artista es la honestidad, la sinceridad …ser conscientes que vivimos en una sociedad que sufre cambios, una sociedad que tiene un proceso histórico … los artistas, sus trabajadores, están plenamente conscientes de ello. Tenemos que ser responsables ante este compromiso con nuestro pueblo y nuestra gente. [1] Así pensaba la que se hizo acreedora al apodo familiar de Vida.
Conozco a Violeta a través de testimonios de quienes fueron una especie singular de discípulos en el llamado movimiento de la Nueva Canción Chilena. Los compañeros de los grupos Quilapayún, Inti Illimani, Illapu, han referido su condición de oyentes y aprendices de su canto; su alumno más célebre, el mártir del socialismo Víctor Jara, al proponer su Manifiesto, decía:
Aquí se encajó mi canto
como dijera Violeta
guitarra trabajadora
con olor a primavera
Conocí a Amparo en 1981 y, como solía decir una tía muy querida, pude “lograrla un tiempito”, lograr en la acepción secundaria de disfrutar algo. Recorrimos países, tarimas, congojas, madrugadas, guitarreadas, esperanzas. Era todo lo contrario a las divas que lucen falsos oropeles, y vestida con huipil, de tehuana o china poblana, su entrada al escenario conmovía, encendía luces temblorosas, aplausos sinceros, hurras naturales y bravos genuinos. Entonaba corridos revolucionarios que se alzaban desde su terciopelo de contralto. Sus legendarias interpretaciones de Se me reventó el barzón, Jacinto Cenobio, La Maldición de Malinche, Mujer si te han crecido las ideas, eran perlas que en su voz volvían al origen de las ostras, a la génesis popular, y, por supuesto, a la inversa, pasaba de crisálida a mariposa monarca apenas sonaba el primer acorde. Elena Poniatowska escribió: Al igual que otros toman un fusil, Amparo alza la voz anunciando la buena nueva, pregonando el día de la liberación, el día en que nadie sea esclavo y que a ningún niño le falte su cometa.
Violeta inundó al mundo con su vocecilla de polola del pueblo chileno y en combinación de gozo y sufrimiento nos legó Gracias a la vida, Volver a los 17, La jardinera, Maldigo del alto cielo, Corazón maldito, El rin del angelito, canciones, baladas y rondas para corear entre guachos, huasos, curaos y yuntas. Su hermano Nicanor, el anti poeta, premio Cervantes 2011, le dedicó letras que son más retrato que oda:
Dulce vecina de la verde selva
Huésped eterno del abril florido
Grande enemiga de la zarzamora
Violeta Parra.
(…)
Pero los secretarios no te quieren
Y te cierran la puerta de tu casa
Y te declaran la guerra a muerte
Viola doliente.
Porque tú no te vistes de payaso
Porque tú no te compras ni te vendes
Porque hablas la lengua de la tierra
Viola chilensis.
(…)
Cocinera
niñera
lavandera
Niña de mano
todos los oficios
Todos los arreboles del crepúsculo
Viola funebris.
Gabino Palomares, hermano de Amparo en el canto, la siembra, la penumbra y el sosiego, dedicó a Vida Ochoa una ofrenda que cabe tararear:
De profesora, bailarina y enfermera
Tu decisión fue volar, madre soltera,
Desafiando las mujeres el destino
Decidiste valiente, abrir camino.
De las mujeres y los niños, sus derechos,
Impregnas tu garganta y se hacen llama,
El corrido, la trova y el bolero
En tu ser se hacen vida y se hacen alma.
Por los pueblos, aldeas y ciudades de Nuestra América, las sombras de Violeta Parra y Amparo Ochoa recorren los tinglados, aparecidas quizá, espectros vivos, madres insomnes y llagas perfumadas.
Las dos fueron y son militantes de la historia, mujeres que bajo las piedras encontraban tonadas, luciérnagas y cigarras.
[1] Modesto López; Morriñas, aguafuertes de mi amor por la vida; ediciones Pentagrama; Ciudad de México; 2022; p. 439
El Espejo de Eugenia
El espejo de Eugenia: INOCENTES
La inocencia, del latín nocentia, descripción de la ausencia de culpabilidad, no ha sido obstáculo ni óbice para que los aparatos judiciales de todas las épocas castiguen al honrado y al honesto

La Hagiografía de la tradición cristiana conmemora el 28 de diciembre el martirologio de los niños masacrados por órdenes de Herodes I, el Grande, aunque ninguno de los historiadores, ni siquiera el exhaustivo Flavio Josefo, menciona en la biografía del monarca un suceso de tal magnitud. Sucede entonces que la narrativa bíblica es la que puso en escena, con el Evangelio de San Mateo a la cabeza, aquel bárbaro acontecimiento. Más allá de la veracidad o mito de un episodio tan dramático, la santidad de los inocentes pasó de ser episodio trágico a celebración, así signada en el calendario litúrgico que abarca tanto los misterios de Jesús cuanto las fechas consagradas a la exaltación de los santos.
La inocencia, del latín nocentia, descripción de la ausencia de culpabilidad, no ha sido obstáculo ni óbice para que los aparatos judiciales de todas las épocas castiguen al honrado y al honesto. En la novela Quo Vadis, del polaco Henryk Sienkiewicz, situada en la época de Nerón, se narran los avatares de personajes complejos, entre ellos Chilón Chillónides, tribuno amoral que disfruta incriminando y sentenciando a inocentes, aunque, al final, es crucificado al arrepentirse de aquellos protervos actos, destino no compartido por los jueces Anás y Caifás, responsables de la crucifixión del más grande de los inocentes, Cristo.
El gran escritor neoyorquino Howard Fast publicó en 1951 su novela sobre la épica de la lucha de los esclavos, en la que el insurrecto Espartaco es el cautivo sedicioso, creyente en el orfismo tracio y miembro de las tribus dárdanas, héroe y mártir que dirigió la legendaria insurrección que hizo tambalear los cimientos de la Roma imperial. Espartaco, desaparecido en el río Silario tras sufrir años de ultrajes, esclavismo y persecución, es un Lázaro justiciero, emblema que resucita cada vez que subversivos de cualquier tiempo y territorio izan su nombre, llámense sus invocadores, estirpe especial de almuédanos rojos y laicos, Rosa Luxemburgo o José Revueltas. Luxemburgo fue asesinada en 1919 por cuadrillas fascistas; Pepe, por su lado, purgó cárceles ignominiosas por su fervor espartaquista y quijotesco.
El proceso contra el capitán Alfred Dreyfuss, sobre la presunta participación del militar en la entrega de documentos confidenciales a Alemania, desencadenado por la prensa antisemita dirigida por Edouard Drummond desde su gaceta La Libre Parole, motivó uno de los alegatos más famosos contra el lawfare, como conocemos hoy a la judicialización de la política y politización de la justicia. Se trató del célebre escrito Yo acuso, firmado por Emile Zolá.
Dreyfuss fue condenado en 1894 a cadena perpetua a ser purgada en la isla del Diablo, vecina a la Guayana Francesa, territorio obviamente colonial. Cabe anotar que el verdadero culpable de la traición, el mayor Esterhazy, una vez absuelto, fue aclamado por los sectores retardatarios, monárquicos y conservadores. Gracias a Zolá, y a millares de pacifistas, la sentencia fue revocada y la corte de casación anuló el juicio en 1906. El inocente purgó doce años de cárcel en condiciones infrahumanas.
El siglo XX reveló episodios de injusticias atroces contra inocentes, y en Estados Unidos de Norteamérica se perpetraron juicios abominables, como el que terminó con la muerte de Nicolai Sacco y Bartolomeo Vanzetti, obreros italianos acusados de pertenecer a una organización terrorista. El temor, terror y temblor del aparato político estadounidense ante la presunta arremetida del comunismo, fue la velada justificación para una sentencia abominable, tras violar todo proceso, con una trama de ilegalidades que fueran más tarde expuestas en obras de investigación, filmes y revisión judicial extraordinaria. El zapatero y el pescador murieron en la silla eléctrica el 23 de agosto de 1927, en suceso que haría decir al escritor Sinclair Lewis: La ejecución de Sacco y Vanzetti fue el crimen más impactante que se ha cometido en la historia estadounidense desde el asesinato de Abraham Lincoln.
Veintiséis años más tarde, 19 de junio de 1953, los esposos Julius y Ethel Rosemberg, pertenecientes a la Juventud Comunista Norteamericana, tras ser acusados de espionaje por David Greenglass, hermano de Ethel, fallecieron en la silla eléctrica en Ossining, Nueva York. Años después se comprobó la falsedad de la incriminación, motivada por el odio y la irascibilidad del hermano, quien confesó en 2001 que todo fue una trama macabra y que su propia acusación careció de fundamento alguno. Quedaron la rabia, la resignación, el desconsuelo, y los versos de José Pedroni, poeta argentino, quien cantó la tragedia asumiéndola como propia:
Yo tuve como Robby seis años inocentes,
y como Michael diez de risa despeinada.
Y tuve una madre triste. Nunca pensé
que nadie me la matara.
Nunca pensé que a una monstruosa silla
pudiera estar atada,
y que le dieran muerte cinco veces
hasta que de mí se olvidara.
(…)
Creen que te mataron y no es cierto.
Ya estabas libertada.
Has salido de viaje por el mundo.
Hoy entraste a mi casa.
Te sentaste a mi mesa sin hablar.
Eres eterna y blanca.
El mismo año, 1953, se fue del mundo uno de los mayores perpetradores de canallescos juicios a inocentes, Iosif Stalin. Las purgas, particularmente entre los años 1936 y 1938, fueron farsas judiciales que indujeron a confesiones de delitos inexistentes. Lo más granado y rojo de la nomenclatura leninista murió, llevando a la tumba el estigma de ser enemigos del pueblo. El jerarca, cuyas manos de pulpo llegaron hasta México para asesinar a Trotsky, pobló cementerios y gulags, totalitarismo que incubó el desastre histórico que significó la desaparición del inmenso país que ofrendó veintisiete millones de vidas para acabar con el fascismo.
Del nazismo y el fascismo habría que escribir tomos completos. Quizá la única referencia que aquí invoco sea aquella frase de Albert Einstein que sintetiza el horror: El crimen cometido por los alemanes es el más abominable que recuerda la historia de las llamadas naciones civilizadas. La conducta de los intelectuales alemanes -como grupo– no fue mejor que la de la multitud. Incluso ahora no hay signo alguno de arrepentimiento o de deseo real de reparar lo que se pueda después de tan gigantescos asesinatos.
La persecución a inocentes por los nerones de nuestros días continúa, con el auspicio y beneplácito de la misma prensa mercenaria de ayer, siempre al servicio de los poderes hegemónicos. El diario El Clarín, de Buenos Aires, se convirtió en el verdadero juez de Cristina Fernández de Kirchner, hoy sentenciada en primera instancia por supuestos delitos, en la realidad asociados a la imposibilidad de vencerla en las urnas; el juez Moro de Curitiba, más tarde puesto en evidencia por su participación en el gobierno de Bolsonaro, condenó a Lula Da Silva, quien purgó 580 días de prisión, tiempo en el cual, y merced a su inhabilitación, el fascismo se tomó el poder en Brasil; en Ecuador el ex presidente Rafael Correa, el vicepresidente en funciones Jorge Glas, y un sinnúmero de altos funcionarios, fueron condenados a ocho años de prisión y proscripción de la vida política, tras un amañado proceso con falsos testimonios que consiguió lo mismo que en los otros países: evitar un nuevo triunfo electoral de la Revolución Ciudadana; en Bolivia la derecha, los jueces corruptos y la prensa no solo derrocaron a Evo Morales y Álvaro García Linera, sino que la violación a los Derechos Humanos fue celebrada por fiestas paganas de las hordas fascistas.
28 de diciembre, Día de los Inocentes. No caben ni bromas, ni sarcasmos. La reparación no puede ser tardía. La mayor injusticia contra los inocentes es la condena la pobreza y miseria perpetuas. En el mito, la historia y el corazón, la guía para creyentes y no creyentes es el amor al prójimo, los latigazos a los mercaderes que profanaron el templo, y aquellas palabras de Cristo a sus discípulos que reverberan en la conciencia: Ya sabéis que los que en las naciones son considerados príncipes, las dominan con imperio. No ha de así entre vosotros.
Hoy, 28 de diciembre de 2022, la aldea palestina de Belén, donde nació Jesús y cuyo natalicio dio origen a la masacre de inocentes, está ocupada por soldados que hacen las veces de los sayones y centuriones del pasado. Dos mil ciento tres niños palestinos han sido asesinados. El calvario está vivo.
¿Queda alguna esperanza?
GM
El Espejo de Eugenia
EL ESPEJO DE EUGENIA: El olvido
El lugar común es el olvido, porque la nomenclatura que un día fue reconocimiento y gratitud, ha pasado a ser simple referencia geográfica.

Tras la Revolución Mexicana, advino el despojo de tierras, la miseria y el olvido de muchos de los agraristas, incluso de los más renombrados en el periodo revolucionario. En mis peregrinaciones al Estado de México he observado monumentos, calles y avenidas cuyos nombres consignados como tributo por diversas autoridades y en diferentes épocas, merecen una indagación. El lugar común es el olvido, porque la nomenclatura que un día fue reconocimiento y gratitud, ha pasado a ser simple referencia geográfica, así lo constaté al preguntar en una suerte de encuesta informal, sobre algunas de aquellas inscripciones en placas o en la propia señalética de las ciudades.
Aparecieron personajes que llamaron mi atención y, en particular, mujeres, porque con ellas el ensañamiento que significa la desmemoria ha sido aún más cruel que con los varones, por la sencilla y terrible razón de haber sido marginadas en la vida y en la muerte.
Encabeza, como antes lo hizo con legiones de soldados, Rosa Bobadilla, la coronela. Rosa, nombrada así quizá por espinosa y florida. Nacida el 4 de septiembre de 1875 en Capulhuac de Mirafuentes, Estado de México, desde la niñez fue testigo de los abusos y las arbitrariedades de los que eran víctimas campesinos y obreros, obligados por un salario mísero a laborar dieciséis horas diarias, sin prestaciones, servicios y destinatarios del ultraje y desdén de hacendados, caciques y caporales, representantes del Porfiriato. En la adolescencia contrajo matrimonio con un comerciante llamado Severiano Casas, quien pronto se alistaría en las tropas de Emiliano Zapata, al punto que el propio Caudillo del Sur lo elevaría al rango de coronel. Procrearon dos hijos: José María y Alfonso.
En cruenta batalla de 1914 Severiano Casas cayó abatido. La viuda, quien también se había alistado en las tropas, recibió de parte de Zapata el encargo de continuar al mando de una tropa de 200 hombres y demostró tal arrojo, valentía y temeridad que pronto fue elevada al más alto rango concedido a la mujer: coronela del ejército zapatista. Sus hijos, José María y Alfonso, perdieron la vida en acciones guerrilleras, hecho trágico que hizo que Rosa sume a su lucha libertaria el natural rencor de una madre desolada.
Participó en más de 168 combates, certificación suscrita por el general Genovevo de la O, hecho que convirtió a Rosa Bobadilla en leyenda, la misma que se vería multiplicada al matar a Agapito Alonso, un hacendado que la había ultrajado. Rosa, la coronela, falleció en 1960 en Cuernavaca. En el panteón de Acapantzingo, Morelos, descansa, bajo la lápida que reza: Descanse en paz al lado de dios y de los Héroes. Quizá debería ser reescrita para que se pueda leer en voz alta: Aquí yace Rosa Bobadilla, la coronela, heroína de nuestra revolución, pasionaria de la vida.
El 15 de marzo nació en Zinacantepec, Estado de México, María Matilde de la Trinidad Zúñiga Valdés, hija de Manuel Zúñiga y Luisa Valdés. En hogar acomodado que gozaba de privilegios, Matilde recibió esmerada educación, pero, como era habitual en aquellos tiempos, su instrucción básica la recibió en su casa, porque el patriarcado determinaba el enclaustramiento de las niñas motivado por una doble raíz: la protección y la marginación, con el propósito o esperanza de que el celibato la alejaría del mundanal ruido, los romances perjudiciales y las taras sociales.
Fue el gran pintor Felipe Santiago Gutiérrez quien rompió el aislamiento que hasta entonces apartaba a la adolescente de la sociedad. Deslumbrado por la destreza de Matilde, convenció al director de la Academia San Carlos para presentar cuatro de sus obras en la Tercera Exposición Nacional de Pintura en Ciudad de México.
El trazo excepcional expuesto en el óleo La Vestal, significó una fractura para el canon tradicional del arte mexicano. La técnica depurada muestra pliegues de seda, aretes, collar, corona de laurel, urna con el fuego sagrado que la pintora debía cuidar a costa de su propia vida, como ella confesó.
Matilde falleció el 19 de marzo de 1889 a la edad de cincuenta y cinco años. Su vida de silencio y claustro, su obra de pulcritud y virtuosismo, son un legado contradictorio. De un lado el asombro por su estilo, su conocimiento del claroscuro, su manejo perfeccionista del dibujo; de otro, la indignación por el sometimiento, la subordinación y el ultraje, que significó también el ocultamiento de una admirable artista del Estado de México.
Nacida en Zumpahuacán alrededor de 1892 en el seno de una humilde familia campesina, María Asunción Villegas Torres sintió a temprana edad las carencias y pobreza de la gente del campo. Entró a trabajar como criada de una familia pudiente de la Villa de Tenancingo para ayudar en algo a paliar la miseria de su familia a través de su labor en el servicio doméstico. Con agudeza y talento su biógrafo, José Yurrieta Valdés, narra las peripecias que debió sortear en la adolescencia, particularmente un suceso que terminó en tragedia, al acuchillar hasta darle muerte a un agresor que pretendía violarla. María Asunción fue encerrada en la cárcel del distrito por un periodo de siete años, tiempo de aislamiento, vergüenza, soledad y sumisión, Cuando el zapatismo tomó la plaza, la cárcel fue abierta y los expedientespuestos al arbitrio del general Luciano Solís, comandante zapatista, nacido en Malinalco, Estado de México. Al percatarse de la injusticia cometida, pues María Asunción había actuado en defensa de su honor y de su vida, Solís la inició en un proceso de adiestramiento en el manejo de las armas y, ya con el grado de capitana, adoptó ese alias de Chona la Tequera.
Con pistola al cinto, experta jinete, Chona la Tequera recorría vastas zonas del Estado de México a la caza de porfiristas y malhechores. Ya con el grado de coronela otorgado por Emiliano Zapata, tras la muerte de Luciano Solís, avivó un romance con un presidiario al que liberó, de nombre J. Luz Castañeda.
Dejó de existir alrededor de 1966, mientras el olvido tejía su odioso manto sobre quien, un día lejano, fue una de las más temerarias, aguerridas e incendiarias coronelas de la Revolución Mexicana.
Mary Elizabeth Coleridge, otra poeta a la que la niebla amnésica no nos permite recordar, en su poema A la memoria, escribió un verso que quizá pueda agrupar estas historias: una vez amada, largo tiempo olvidada.
Es hora de que calles, sepulcros, estatuas sean sacudidas por la memoria viva, y con ella, una luz de justicia para mujeres preteridas, marginadas y olvidadas por la historia oficial.
G.M.
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