Podría aplicarse el título de la crónica al vaciamiento que sufrió la academia tras el descalabro del socialismo del Este, cuando se mezclaron desencanto, frustración, oportunismo y apostasía para desterrar de algunas universidades y centros de estudio la doctrina del gran sabio de Tréveris, pero constataríamos que aquella pretendida y falsaria caducidad del pensamiento comunista, además de no responder a la realidad, tendría como fecha de extinción los años noventa. Me refiero más bien a estas cuatro décadas y media transcurridas desde la desaparición física de Julius Henry Marx, y a partir de su invocación podemos aseverar que nuestra devoción por el marxismo, tiene, aparte de la inspiración que la genialidad premonitoria del profeta Carlos despertó en los pueblos y explotados del mundo, ese rasgo de fina ironía y deslumbrante histrionismo del guionista, memorialista, escritor y actor estadounidense.

El 19 de agosto de 1977 cerró los ojos para siempre en Los Ángeles ese excepcional ser humano que consagró su vida a burlarse de sí mismo para, sobre la base de su transgresión personal, inundar el mundo de los creadores con frases, sentencias, premisas y actitudes tan originales como deslumbrantes. 

Su padre, Samuel, nacido en la región de Alsacia-Lorena, fue un sastre que, al menos para la mirada sarcástica de su hijo, se destacó por ser reconocido por su poca pericia con la aguja, al punto que sus trajes llamaban la atención, no por un corte espléndido, sino porque siempre tenían una manga más larga que la otra; la madre, Minnie Shoemberg, intentó en vano convertirse en actriz de variedades, pero su afición impulsó a sus hijos a adentrarse en carpas y espectáculos ambulantes. Los hermanos de Julius: Chico, Gummo, Zeppo y Harpo se consagraron al arte, aunque su legendaria comicidad fue descubierta de manera fortuita, cuando en lugar de los cánticos corales que hacían, improvisaron con gags que tuvieron tal impacto en los espectadores que decidieron continuar por esa línea. Julius, ya apodado Groucho, resumiría aquel descubrimiento con su acostumbrado sarcasmo: No estoy seguro de cómo me convertí en comediante o actor cómico. Tal vez no lo sea. En cualquier caso me he ganado la vida muy bien durante una serie de años haciéndome pasar por uno de ellos.

El género vodevil los acogió y encumbró por sus bromas irreverentes, y de ahí al cine, con producciones costosas para la época, con tal éxito que pasaron a formar filas de la galería de los grandes humoristas, junto a Chaplin y Buster Keaton. Con la fama y el dinero vendrían los reconocimientos, amores, frases inolvidables. Impenitente mujeriego, sacaba de su arsenal una colección de sentencias: ¿Quiere usted casarse conmigo? ¿Es usted millonaria? Responda, por favor, primero a la segunda pregunta, o aquella en la que develaba su carencia de atractivo: A mí las mujeres que solo destacan por su físico no me dicen nada. De hecho, ni me dirigen la palabra. Contrajo matrimonio tres veces y procreó tres hijos, y subvirtió los fracasos amorosos con su ingenio: Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer. Y, detrás de ella, su esposa.

Una faceta no muy divulgada es su tendencia política, por la cual fue estigmatizado, espiado y perseguido por el FBI, especialmente en el periodo inquisitorial del Macartismo. Había denostado la política con frases como: La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados, no obstante, su rechazo a Franco y apoyo a la República Española, las denuncias sobre su presunta afiliación al partido comunista norteamericano, del que se decía era uno de sus contribuyentes mayores, indujeron al obsesivo senador McCarthy que pretendía contar con Groucho en su listado de indeseables. Nunca se pudo comprobar la denuncia del delator, pero sí se detalló, en un informe de 186 páginas, la tendencia izquierdista del cómico, como su pertenencia al Partido Progresista, organización refractaria al anticomunismo reinante en las esferas de Hollywood.

Una de las pruebas que exhibía la cacería de brujas se relacionaba con una entrevista que Groucho concedió a The Daily Worker, periódico del partido comunista, en la que afirmaba sobre la Unión Soviética: Es un país maravilloso. Todo el mundo esperaba que fracasara, pero lleva ya más de 16 años, así que es un éxito. Mi hermano Harpo estuvo allí por invitación del Gobierno. No tienen desempleo. Ojalá pudiera decir lo mismo de aquí. A todo ello se sumaba su rechazo al racismo, la defensa del activista socialista Tom Mooney, acusado falsamente de terrorista. El culmen de la supuesta conducta filo comunista de Groucho fue su oposición al Comité de Actividades Anti Norteamericanas patrocinado por Nixon y McCarthy, al declarar abiertamente: perseguir a un hombre por sus ideas va en  contra de los principios más básicos de la democracia. Al final no hubo acusación formal ni cárcel, como sí se dio en los casos de guionistas, actores y directores de la talla de Dashiell Hammet, Lillian Hellman, Alvah Berssie o Dalton Trumbo. Entre los denunciantes constaban los cegados anticomunistas presididos por Ronald Reagan, Walt Disney, Gingers Rogers y Robert Taylor. Quizá, incluso desde el inconsciente, Groucho dedicó una de sus sentencias más originales a los frívolos apóstatas y renegados de la industria cinematográfica que trastocaron dignidad por dinero y confort: Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros.

De ese maravilloso creador nos quedan sus filmes, sus libros de memorias, sus cartas editadas en dos tomos y, en especial, su espíritu transgresor desgranado en una retahíla de frases cáusticas, como su denostación a los nuevos medios comunicativos: Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a mi habitación a leer un libro. O aquella a un novel escritor: Desde el momento en que cogí su libro me caí al suelo rodando de risa. Algún día espero leerlo

Irreverente y mordaz, fue capaz de iluminar con su centella los aspectos más triviales, como aquella ocasión en la que tras agradecer a una respetable dama por la invitación a su casa, le susurró: He tenido una noche absolutamente maravillosa. Pero no ha sido ésta; o su desplante a un almibarado productor: Nunca olvido una cara, pero en su caso haré una excepción.

Su crítica a la industria cinematográfica se devela en un solo comentario, al argumentar la razón de su inasistencia a la premier del film Reina Elizabeth, protagonizado por Víctor Mature y Marilyn Monroe: Nunca voy a ver películas donde el pecho del héroe es mayor que el de la heroína.

El 19 de agosto de 1977 Groucho murió en Los Ángeles a causa de neumonía.  Cuando muera quiero que me incineren y que el diez por ciento de mis cenizas sean vertidas sobre mi empresario, suficiente testimonio de un transgresor en la vida y la muerte. Aunque no se precisa la veracidad de otra de sus frases, en la que supuestamente pidió que se escriba en su lápida: Perdonen que no me levante, su figura, imagen y heredad nos siguen cautivando. 

Hemos pasado cuarenta y cinco años sin Groucho Marx, pero, contamos con el recuerdo vivo de ese ser humano inconmensurable, portento y luz del ayer que aún, como fanal antiguo y cenital bajo la lluvia, alumbra estos días de exilio y sombra, y es capaz de devolvernos la sonrisa con el mero recuerdo de su fina estampa.