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EL ESPEJO DE EUGENIA: Black Power

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Hace cincuenta y cuatro años, tan solo dos semanas después de la masacre de Tlatelolco, un par de atletas norteamericanos partieron en dos la historia de las Olimpiadas. Tommie Smith y John Carlos, medalla de oro y bronce respectivamente en los 200 metros lisos de los Juegos Olímpicos realizados en México, protagonizaron  una de las imágenes más icónicas en la lucha contra el racismo.

Al momento de la premiación, izaron sus puños, izquierdo y derecho, cubiertos por un guante negro, la mirada hacia la gramilla, pies descalzos como símbolo de la pobreza. Junto a ellos el atleta australiano ganador de la presea de plata, Peter Norman, quien guardó respetuoso silencio y sin hacer movimiento ni gesto alguno, se convirtió en la oveja blanca de tan singular festejo, a la vez denuncia y exhibición del orgullo del pueblo afroamericano. Smith dijo en la rueda de prensa: Mi mano derecha se levantó por el poder de la América negra; la izquierda de Carlos, por la unidad de la América negra. Juntas formaron el arco de unión y poder. Mi bufanda negra representó el orgullo negro y nuestras medias negras sin zapatillas, a la pobreza negra de la América racista

Un año atrás, el mejor boxeador de la historia, Muhammad Alí, había sido condenado a cinco años de prisión y cien mil dólares de multa al ser sido declarado desertor por su manifiesta negativa a alistarse en el ejército para ir a combatir en Vietnam. Alí, al manifestar las razones de su rechazo y protesta, exclamó, con tu altisonante grito: Mi consciencia no me deja ir a dispararle a mi hermano o a gente más oscura o a alguna gente pobre y hambrienta en el lodo por la gran poderosa América. ¿Y dispararles para qué? Ellos no me llamaron negro, y nunca me lincharon, nunca me lanzaron a los perros, no me robaron de mi nacionalidad, no violaron ni mataron a mi madre y a mi padre. ¿Dispararles para qué? ¿Cómo puedo dispararle a toda esa gente?

Entre los líderes de la lucha anti racista existían desavenencias, discrepancias y contradicciones, en virtud de que algunos de ellos alegaban doctrinas incompatibles, como el sueño pacifista del doctor Martin Luther King, enfrentado a la postura beligerante anti segregacionista del trinitense Stokely Carmichael, quien proclamaba: Black Power significa personas negras uniéndose para formar una fuerza política que elige representantes u obliga a sus representantes a defender sus intereses. Como ala radical surgió el partido socialista Panteras Negras, fundado por  Huey Newton y Bobby Seale en 1966, en el que destacaron dos figuras controversiales: Sundiata Acoli, quien, tras purgar una condena de cincuenta y seis años por el asesinato de un policía federal, recobró su libertad hace cuatro meses, y Assata Shakur, protagonista de una espectacular fuga que la llevó, al parecer, a refugiarse en Cuba.

Una actriz legendaria del cine norteamericano y europeo, Jean Seberg, quien fuese compañera sentimental de Carlos Fuentes, fue víctima del espionaje del FBI durante una década, por presunto activismo a favor del Black Panther. Se suicidó en París en 1979, pero las sospechas sobre una conspiración supranacional de los organismos de inteligencia no se ha desvanecido hasta hoy.

Otra figura sustancial fue Malcom X, quien, quizá invocando la teoría de la Negritud, hacía apología de la belleza, sensibilidad, fuerza y convicción de los afro descendientes. Fue asesinado al igual que el doctor King en una más de las manifestaciones de odio racial.

La Negritud, como concepto de liberación y resistencia, fue obra del encuentro en el Liceo Louis-le-Grand, de París, entre dos jóvenes poetas: Léopold Sédar Senghor, de Senegal, y Aimé Césaire, de Martinica. Más allá de las coincidencias estéticas, los unió la lucha anti colonialista a través de manifiestos, principios, poemas que jamás izaron el negrismo, sino la necesidad de enfrentar el etnocentrismo y forjar debate y conciencia universal sobre la plaga del racismo, con sus eufemismos perversos como los términos moreno o colored, gente de color. Sedhar Sengor, quien llegó a ser presidente de su país, nos legó un poema llamado Querido hermano blanco, que es, al mismo tiempo, carta de presentación y reflexión sobre el arcoíris: 

Cuando yo nací, era negro.
Cuando crecí, era negro.
Cuando me da el sol, soy negro.
Cuando estoy enfermo, soy negro.
Cuando muera, seré negro.
Y mientras tanto, tú, hombre blanco,
Cuando naciste, eras rosado.
Cuando creciste, fuiste blanco.
Cuando te da el sol, eres rojo.
Cuando sientes frío, eres azul.
Cuando sientes miedo, eres verde.
Cuando estás enfermo, eres amarillo.
Cuando mueras, serás gris.
Entonces, ¿cuál de nosotros dos es un hombre de color?

El ecuatoriano Antonio Preciado, quizá la voz más potente de los poetas negros de América Latina, decía, al conversar con su alter ego, su sombra:

A veces se me ocurre
que bien pudo gustarte algotra vida,
por ejemplo, ser blanca,
hacer cosas distintas
oír música suave
y no andar alelada al son de mis tambores
desde que eras pequeña,
volverte contra mí,
ser anticomunista …

En el mismo México que fuera testigo de aquella manifestación insurgente de los atletas norteamericanos, los descendientes de africanos son aún observados como rara avis. En la costa pacífica de Oaxaca, en la región de Costa Chica, Guerrero, negras y negros han sido marginados e ignorados, tendiendo una manta invisible sobre el origen, las tradiciones, la etnicidad perdida, los ritos y mitos. Los descendientes de siervos y esclavos africanos, no herederos porque no percibieron nada, no son ni magia negra, ni oveja negra, ni mano negra, ni peste negra, como han socializado a través de siglos los perversos constructos coloniales. Son seres humanos que, como el héroe y mártir Vicente Guerrero, nos dieron libertad, aunque sea para morirnos de hambre.

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