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EL ESPEJO DE EUGENIA: Salvador Allende en la Universidad de Guadalajara

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Salvador Allende, nacido en Valparaíso el 26 de junio de 1908, de profesión médico, fue ministro de salud con apenas treinta años en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda. Víctima, como toda la izquierda chilena, de la traición de Gabriel González Videla en 1948, sorteó avatares propios de la lucha política sin jamás claudicar ni renegar de su ideología socialista. Contrajo matrimonio en 1940 con Hortensia Bussi, con quien procreó tres hijas: Carmen Paz, Beatriz e Isabel, por ello fue destinatario del enraizado machismo que originó la mofa versificada: salió chancletero por mujeriego

Allende fue candidato cuatro ocasiones a la presidencia. Tras su derrota en 1964 frente al demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva, consignó su célebre frase, en torno a una presunta inscripción en su lápida: aquí yace Salvador Allende Gossens, futuro presidente de Chile. En 1970 obtuvo la victoria electoral como candidato de la Unidad Popular,  la que al cántico y coro de El pueblo unido jamás será vencido era augurio de transformación, justicia y libertad.

El 11 de septiembre de 1973  la noticia que la radio local transmitía nos conmovió hasta el paroxismo: tras el golpe de Estado en Chile, el presidente Salvador Allende se ha suicidado.  Así termina la aventura del socialismo por la vía pacífica, agregó el locutor. Pensé inmediatamente en mi padre, de vieja militancia socialista. Al encontrarlo días más tarde, un gemido escapó de su garganta: lo mataron, lo mataron. Él, que había sufrido en carne propia la derrota republicana en la Guerra Civil Española, volvía a sentir la impotencia y frustración de antaño y, pese a su léxico depurado, maldecía ese complot internacional en el que actuaron de manera desenfrenada el Departamento de Estado, Nixon y Henry Kissinger, trasnacionales como la ITT, los propietarios del transporte pesado, la rancia derecha chilena, las facciones fascistas civiles como la organización  Patria y Libertad, la prensa, encabezada por el diario El Mercurio, y, naturalmente, las Fuerzas Armadas, de formación prusiana e influencia de militares nazis que escaparon hacia Sudamérica con la venia de un Occidente calculador y cínico.

No era solamente tristeza por la destrucción de la democracia, era angustia, porque dos hermanos, Matilde y Pepe, residían  entonces en Santiago. A la incertidumbre de no conocer su paradero se sumaba la información que por canales irregulares nos llegaba: el palacio de La Moneda bombardeado, estudiantes y obreros masacrados, artistas asesinados, villas callampas arrasadas, todo un escenario lúgubre que la prensa internacional comunicaba de manera fragmentaria o sesgada. Finalmente llegó el aviso que apaciguaba la zozobra, estaban sanos y salvos, pero el drama y la ira nos acompañaría mucho tiempo, hasta nuestros días.

Un año antes, en el fragor desatado por una oposición enfermiza, Allende llegó en visita oficial a México. Dijo alguna ocasión que el mejor discurso de su vida fue el que pronunció en Guadalajara el 2 de diciembre de 1972. Por razones de espacio me limito a reproducir dos fragmentos de esa alocución. Tras avivar generosamente al general Lázaro Cárdenas del Río, y en mensaje dirigido a la juventud, Allende reflexionó sobre el oportunismo y el desclasamiento, mensaje de singular importancia en nuestro tiempo:

Hay jóvenes viejos que no comprenden que ser universitario, por ejemplo, es un privilegio extraordinario en la inmensa mayoría de los países de nuestro Continente. Esos jóvenes viejos creen que la Universidad se ha levantado como una necesidad para preparar técnicos y que ellos deben estar satisfechos con adquirir un título profesional. Les da rango social y el arribismo social, caramba -qué dramáticamente peligroso-, les da un instrumento que les permite ganarse la vida en condiciones de ingresos superiores a la mayoría del resto de los conciudadanos. 

En referencia a la desbordada y encendida pasión de quienes elevan un discurso fundamentalista, hecho tan común para enfrentar a gobiernos progresistas de América Latina desde la presunta radicalidad, Allende, visionario y profeta, exclamó airado:

Yo era un orador universitario de un grupo que se llamaba Avance; era el grupo más vigoroso de la izquierda. Un día se propuso se firmara, por el grupo Avance, un manifiesto -estoy hablando del año 1931- para crear en Chile los soviets obreros, campesinos, soldados y estudiantes. Y yo dije que era una locura, que no había ninguna posibilidad, que era una torpeza infinita y que no quería, como estudiante, firmar algo que mañana, como un profesional, no iba a aceptar. Éramos 400 los muchachos de la Universidad que estábamos en el grupo Avance, 395 votaron mi expulsión; de los 400 que éramos, solo dos quedamos en la lucha social. Los demás tienen depósitos bancarios, algunos en el extranjero; tuvieron latifundios -se los expropiamos-; y tenían acciones en los bancos -también se los nacionalizamos-; y a los de los monopolios les paso lo mismo. Pero en el hecho, dos hemos quedado; y a mi me echaron por reaccionario; pero los trabajadores de mi patria me llaman “el compañero presidente”. Por eso, el dogmatismo, el sectarismo, debe ser combatido; la lucha ideológica debe llevarse a niveles superiores, y eso si que es importante

Como colofón instó a la juventud universitaria mexicana mirar y amar a Hidalgo, Juárez, Villa, Zapata: ¿Cómo no entender que esos hombres fueron jóvenes también, pero que hicieron de sus vidas un combate constante y una lucha permanente?

Agradeció por comprender el drama que vivía Chile, el Vietnam silencioso en palabras de Neruda. Tiempo después la sangre teñía a la región antártica famosa. En los mismos días acribillaron a Víctor Jara en el estadio Chile y Neruda moría de tristeza o envenenamiento. Miles de muertos y desaparecidos, y el silencio como mortaja, la soledad como cobija, la orfandad como herencia.

Hace pocos días el pueblo chileno rechazó en las urnas la propuesta de una Constitución que estaba destinada a rechazar el oscurantismo pinochetista. Mis amigos Jorge Coulón y Ricardo Venegas, integrantes de los legendarios conjuntos musicales Inti Illimani y Quilapayún, encontraron en la mentira, el engaño, la falsía de la prensa, una explicación de la derrota. Quizá habría que agregar las burdas provocaciones y triunfalismo demagógico de cierto sector intemperante de esa misma izquierda a la que denunció Allende.

No soy astrólogo ni augur, como sí lo es Neruda, quien escribió sobre el mes de Septiembre estos versos: oda, cábala y hálito de porvenir:

Saca del arca 
tus
banderas
desgreñadas,
saca de tu suburbio
una camisa,
de tu mina
enlutada
un par
de rosas,
de tu abandono
una canción florida,
de tu pecho que lucha
una guitarra,
y lo demás
el sol,
el cielo puro
de la primavera,
la patria lo adelanta
para que algo
te suene en los bolsillos:
la esperanza.

Ella, la esperanza, femenina, bruja, hada madrina, maga, hechicera, mágica, vidente, tierna, estará siempre junto al pueblo de Chile y de Nuestra América, incluso cuando desdeñosos o soberbios no la invocamos. Anoche, en sueños la escuché murmurar y, al prestarle atención, estoy seguro que susurraba el verso que le dedicó mi hermano Miguel: estaré a tu lado siempre, aunque no me llames nunca.

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