Cultura

EL ESPEJO DE EUGENIA. José Clemente Orozco: a la siniestra de Dios Padre

Publicado

en

En la adolescencia uno no sabe lo que quiere, pero quiere todo, sin más cálculo que la intención por explorar mundos que lo pudiesen hacer feliz o lo dejasen, al menos, absorto y enamorado. Cuando por influencia familiar o necesidad material se dibuja un probable escenario de profesiones afines a ese libre albedrío o desparpajo para mirar la vida, lo imprevisible y fortuito operan de tal manera que las aspiraciones se desvanecen en el camino. Mi añorado tío José Miguel contaba, con su humorismo natural, que de joven quería ser obispo, con la condición de jamás pasar por el seminario, nunca ser cura, ni cumplir con sacramentos ni requisitos eclesiales. En mi caso,  yo quería ser cineasta, y la vida me condujo a ser músico, antropólogo, militante, escritor, todo a medias. Cabe esta breve memoria personal para hablar de quien inició sus estudios universitarios con la intención de ser perito agrícola, luego matemático y arquitecto, y culminó convirtiéndose en uno de los más grandes artistas plásticos de América Latina: José Clemente Orozco Flores.

Nacido en Zapotlán el Grande, hoy Ciudad Guzmán, Jalisco, el 23 de noviembre de 1883, formó parte, en virtud de la diáspora de su familia, de la migración interna que lo llevó primero a Guadalajara y luego a Ciudad de México. Dos sucesos marcarían la vida de aquel adolescente que buscaba una pasión a la cual consagrarse: la muerte de su padre, Irineo, en 1903, y la amputación de su mano izquierda, consecuencia de la gangrena que le produjo la explosión de pólvora mientras realizaba un experimento.

Como el genial dramaturgo español, Don Ramón María del Valle Inclán, quien perdió su brazo como producto de un bastonazo que le propinasen en un duelo, el pintor jalisciense afrontaría la vida desmembrado. Valle Inclán dijo que lo que más lamentaba es no haber podido abrazar con las dos manos a su hijo fallecido a temprana edad; Orozco hizo alusión al hecho en cartas privadas, como la dirigida a su esposa, Margarita Valladares Valle-Aldeco:  Aparte del trabajo y de las carreras he tenido que escribir durante la semana más de 25 cartas importantes a gentes de todas partes, esto de escribir cartas es para mí un verdadero problema y suplicio, pero no hay remedio. No he tenido ni tendré descanso alguno, pues el día primero de noviembre próximo, es decir, dentro de 10 días, tengo que ponerme otra vez a pintar paredes y como quieren que esté terminado eso el 1º de enero, tengo que trabajar terriblemente aprisa para cubrir diario, sin descanso, ¡2 m² de fresco! ¡Y todo, absolutamente todo, con una sola mano! 

Casi desdeñadas por la poesía, que siempre prefirió los ojos y el corazón, las manos ignoradas han sido objeto de contadas invocaciones, como aquellos versos de Miguel Hernández que las colocaron altaneras y clasistas: 

Dos especies de manos se enfrentan en la vida,brotan del corazón, irrumpen por los brazos,saltan, y desembocan sobre la luz heridaa golpes, a zarpazos.

La mano perdida de Orozco sí tiene quien busque su antiguo fulgor, su ejercicio de gesto arácnido, de mímica y dedal. El poeta Ernesto Lumbreras publicó su ensayo: La mano siniestra de José Clemente Orozco: derivaciones, transbordos y fugas“, obra en la cual asistimos a la procesión en la que podemos adentrarnos en la historia de las manos, y es digna de subrayar la lucha entre zurda y derecha, no en análisis anatómico, sino como manifestación de confrontación ideológica. Quizá por ello, junto a Orozco, millones de seres humanos decidimos subvertir la antigua sentencia del día del Juicio Final y ocupar el lugar maldito, es decir, sentarnos a la siniestra de Dios Padre.

Orozco formó parte de las huestes del carrancismo en el primer periodo de la Revolución Mexicana. Trabajaba como caricaturista e ilustrador en el periódico La Vanguardia, publicación liderada por Gerardo Murillo, el Dr. Atl. El desencanto vendría pronto, y, en 1916, tras publicar caricaturas contra Carranza y ser acosado por el oficialismo, partió hacia California, donde laboró pintando letreros y retocando fotografías, oficios menores para un artista tardío que buscaba más que un sitio en el Universo, un lugar donde plasmar  el rompecabezas que prefiguraba al autor que sería catalogado por Luis Cardoza y Aragón como artesano del horror, para agregar un juicio sobre la calidad y las cualidades del artista mexicano:  Es el pintor más grande que ha dado América. Las virtudes de los otros pintores mexicanos se hallan reunidas en él, gobernadas por su sinceridad y pasión. En él se suman las cualidades parciales de los demás. Su naturaleza es la más rica de todas, la más compleja y la más completa, ordenada con rigor y servida por acabada sabiduría del hombre y del artista.

Quizá por influencia de Toulouse-Lautrec o propia vocación puteril, Orozco nos legó su visión sobre la prostitución en el México de principios del siglo XX. Algunas meretrices fueron convertidas en sus modelos, modelos de virtudes amatorias  y modelos de marginalidad, desprecio y pacatería de una sociedad hipócrita. Les obsequió bocetos y las admiró por su escondida dignidad para enfrentar pobreza y estigma.

Orozco vivó en trance a lo largo de su vida y transitar el camino en el fragor de dos guerras mundiales, de una revolución traicionada, de su propia tragedia personal, lo convirtieron en espontáneo contestatario de las convenciones, las etiquetas o los títulos, al punto que detestaba que le digan pintor o maestro. Quizá le habría gustado, mejor, que se dirijan a él como el manco del espanto. En su Autobiografía consignó este credo: Si no hubiera conflicto no habría películas, ni toros, ni periodismo, ni política, ni lucha libre, ni nada. La vida sería muy aburrida. En cuanto alguien diga sí, hay que contestar no. Debe hacerse todo a contrapelo y contra la corriente y si algún insensato propone alguna solución que allane las dificultades, precisa aplastarlo, cueste lo que cueste, porque la civilización misma correría peligro.

Un enamorado de la verdad que supo representar los anhelos de las clases populares, tituló Jean Cassou a su tributo a Orozco en el Correo la UNESCO. Enamorado de la verdad, de la angustia, del silencio, de la soledad, de los explotados, plasmados en su portentoso cuadro El hombre en llamas, y, hecho no tan curioso para un iluminado, enamorado de la profecía y la premonición. Aunque la Informática tiene su origen en los algoritmos de Euclides de hace dos mil trescientos años, solo a mitad del siglo XX daba sus primeros pasos en la producción de computadoras y recién en 1964 se formuló el concepto de aldea global por Marshall McLuhan,  no obstante, un Orozco visionario dijo en 1943: 

Por las comunicaciones el mundo es pequeño. Nada está remoto.; las culturas se unirán más y más. En unos cuantos años las naciones estarán tan cercanas unas de otras que nadie podrá predecir, como antes, cuál será fiel a su propia personalidad.

Orozco, patriota y revolucionario, nos legó en sus murales el rostro humano, el de sus líderes Lenin, Gandhi, Carrillo Puerto, el de los trabajadores, la codicia capitalista, la crítica despiadada al nazismo. Ese gran artista refractario a las alabanzas, huraño y hosco, portentoso dibujante, que encontraba fuego en la grisácea sociedad, falleció el 7 de septiembre de 1949  en Ciudad de México. 

Está más vivo que nunca.

Clic para enviar comentario

Tendencia

Salir de la versión móvil