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EL ESPEJO DE EUGENIA: Las flores de México y los poetas jardineros II

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En el territorio de Oaxtepec, hoy Morelos, Moctezuma fundó uno de los primeros jardines botánicos de la historia. En el señorío de la maravillosa Tenochtitlan ordenó construir acueductos en el Bosque de Chapultepec, visita obligada para los amantes de la flora mesoamericana, la fitología y el herbario; no obstante, en nuestro país encontramos pasión por las flores en media calle. Una vendedora oaxaqueña decía al promocionar sus ramos: venga, vea, admire, sienta, huela, sueñe. Son nuestras hermosas de cresta de gallo y borla. ¿Cómo no comprar un ramillete de sus versos floreados?

A propósito, Nezahualcóyotl, creador del espacio sagrado de plantas y flores de Texcotzingo, consagrado al dios de la lluvia, Tláloc, escribió poemas míticos y trascendentes, como su oración y presagio, No acabarán mis flores:

No acabarán mis flores,
no cesarán mis cantos.
Yo cantor los elevo,
se reparten, se esparcen.
Aún cuando las flores
se marchitan y amarillecen,
serán llevadas allá,
al interior de la casa
del ave de plumas de oro.

Manuel Acuña, esplendor del romanticismo, poeta atormentado que no fue inmune ni al amor ni al cianuro, escribía en La brisa:

¿O vas acaso a los nidos
de los jilgueros cantores
que en la espesura escondidos
te aguardan medio adormidos
sobre sus lechos de flores?

Salvador Díaz Mirón, precursor del modernismo en nuestro país, sostuvo perenne idilio con las flores, las que lo cautivaban con sus madrigales exuberantes. En Rimas, escribe:

El día con su manto
de vívidos colores,
inspira cosas dulces:
la risa y la ilusión.
Entonces la mirada
se inclina hacia las flores
Las flores son los versos
¡que el prado canta al sol!

Amado Nervo, amatorio y místico, nos legó en su poema Perlas negras

Por eso, cuando llena de rubores
deshojas margaritas de alabastros,
auguran el olvido y los amores;
presienten el futuro: ¡han sido astros!
comprenden el amor: ¡han sido flores!

Alfonso Reyes, que entre sus profundos ensayos y cartillas encontraba tiempo de sosiego en el bosque, como esa fotografía de 1920 que conserva el INAH donde, sentado en una banca de hierro forjado, gesto adusto, traje sastre y sombrero Campaign, posa con su perfil de sabio memorioso mientras parece espantar insectos con su bastón de obsidiana. Reyes en Caravana decía:

El campamento de mujeres batía palmas,
aderezando las tortillas de maíz.
Las muchachas mordían el tallo de las flores,
y los viejos sellaban amistades lacrimosas
entre las libaciones de la honda madrugada.

El caleidoscopio que luce el vergel de México me lleva en peregrinaje que va desde la melancolía hasta el asombro. Después de Holanda, Colombia y Ecuador, es el país con mayor variedad de flores en el mundo. Y las tenemos para cada estación: dalia, alcatraz, narciso y girasol, representan a los cuatro primeros meses del año; lirio del valle, rosa, astromelia y gladiola conforman la siguiente cuarteta; pensamiento, nardo, cempasúchil y amapola constituyen el grupo final, sin olvidar los crisantemos de noviembre y la nochebuena. Es tanta la variedad que cabe el adagio popular: hay de chile, mole y pozole

Los nombres populares de algunas plantas parecen un festín de apodos: lengua de suegra, trompeta de oro, zapatito de venus, chavelita, maravilla, violetas imperiales, esta última también nombre de la canción que interpretaba el chileno Antonio Prieto, trola que me lleva de la oreja a la parcela de la música popular que ha rendido tributo a las flores. Escucho, entonces, Dos Gardenias para ti, El Rey de las flores, Amapola, Naranjo en flor, Un Ramito de violetas, Un beso y una flor, Capullito de Alhelí, Murió la flor, El clavel negro, Flor sin retoño, Como violetas, La Jardinera, de autores e intérpretes tan disímiles como Leo Marini, Silvio Rodríguez, Roberto Carlos, Gian Franco Pagliaro, Nino Bravo, Los Ángeles Negros, Roberto Goyeneche, Caetano Veloso, Héctor Jaramillo, Violeta Parra, Nicola Di Bari, entre tantos otros.

Cuando suena Flor de azalea, en la voz de Jorge Negrete, me encamino al pequeño balcón de mi casa en Santa Cruz Atoyac con el propósito de leer y fumar. Mientras una ardilla cruza rauda por el alambrado, ojeo a Emerson: La belleza de una flor proviene de sus raíces. En esa sutil metáfora encuentro la esencia misma de la sociedad. La tierra, las raíces, la siembra y el regadío son de los indígenas y campesinos, de las trabajadoras y jardineras. 

La flor, es de todos. La belleza, es de todos.

La nostalgia, también.

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