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EL ESPEJO DE EUGENIA: Tenis de ayer y hoy

Una antigua canción latinoamericana reza en su estribillo: Qué lejos está el mundo de nosotros, qué lejos, y cabe aplicarla al tenis.

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La telenovela suscitada en torno a Novan Djokovic y su negativa a vacunarse contra el coronavirus que determinó su deportación de Australia, tuvo capítulos inauditos. De un lado, la errada comunicación entre los organizadores y el gobierno y, del otro, una cruzada serbia que merecía mejor destino. Es Nole el mejor tenista del mundo, no cabe duda, y su ausencia será aprovechada por sus adversarios, en particular Rafael Nadal, quien tratará de romper el triple empate de veinte triunfos en torneos de Grand Slam que comparte con Roger Federer y Djokovic. Nole tiene el derecho de no vacunarse, pero no vive solo en el mundo y esas cofradías inadmisibles que niegan a las campañas de vacunación causan tanto demencial furor como irreversible daño a las comunidades, de ahí que la sanción a él aplicada siente precedentes a nivel mundial.

Más allá de las taras, expectativas y pronósticos, estos sucesos me han hecho recordar hazañas de antaño en el tenis mexicano. Hablo en pasado porque hoy, salvo Giuliana Olmos, es muy difícil siquiera citar nombres de destaque en el antiguamente llamado deporte blanco. Los altísimos niveles de exigencia, competitividad y profesionalismo nos han marginado de lugares de trascendencia.  

Habla Memoria, decía el escritor ruso Vladimir Nabokov, quien fuera excelso deportista, y al invocar esa memoria cabe mencionar a tenistas de México que un día se codearon con los mejores del mundo, empezando por el inolvidable Rafael Osuna Herrera.

Nacido en Ciudad de México el 15 de septiembre de 1938, fue múltiple deportista, al practicar con éxito el tenis de mesa, el baloncesto y el ajedrez. Su mayor lauro fue su victoria en el US Open de 1963, segundo latinoamericano, tras el peruano Alex Olmedo (2) en obtener dicho lauro, y precursor de quienes más tarde conquistaron los trofeos más importantes del planeta: los argentinos Guillermo Vilas (4), Gastón Gaudio (1) y Juan Martín del Potro (1); el brasileño Gustavo Kuerten (3); el ecuatoriano Andrés Gómez (1); en competencia de damas se registra a la argentina Gabriela Sabatini (1) y a la brasileña María Esther Bueno, la golondrina de Sao Paulo, la más laureada de la historia con siete triunfos individuales.

Osuna, figura del Centro Deportivo Chapultepec de la avenida Mariano Escobedo, venció en la final de 1963 al norteamericano Frank Froehling; fue semifinalista cuatro ocasiones en una época donde sobresalían jugadores de la calidad de Rod Laver, Roy Emerson, John Newcombe, Ken Rosewall, es decir, los mayores jugadores australianos de la historia y, en el caso de Laver, quizá el mejor del mundo en todas las épocas. 

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El tenis ha sido considerado deporte de élite, y como hobby ha sido practicado por celebridades, los casos de Charlton Heston y Dashiell Hammet, sima y cima del arte y literatura estadounidense; otro amateur legendario fue Gabriel García Márquez, precisamente discípulo en el tenis de la hermana de Osuna, Elena, deportista de alto rendimiento y graduada en la Escuela de Filosofía y Letras de la UNAM, en donde tuvo como uno de sus maestros a Juan José Arreola, quien fuera prologuista de la biografía Sonata en set mayor que Elena dedicó a su hermano. Arreola pinta al tenista mexicano con un pincel con mango de raqueta:

Con su andar cauteloso y sus dinámicos desplazamientos de gato, que iban desde la volea al fondo, hasta la gracia sin par de la ‘dejadita’, como no queriendo, al borde justo de la red. Donde quiera que estaba, Rafael siempre estuvo en el terreno deportivo, dispuesto a ganar, pero aceptando el riesgo de perder. 

García Márquez y Arreola, buena dupla, echan al traste la sentencia de Borges: El ajedrez es hoy reemplazado por el fútbol, el boxeo o el tenis, que son juegos de insensatos, no de intelectuales.

Junto a otra leyenda del tenis mexicano, Antonio Palafox, Osuna obtuvo los trofeos del Grand Slam en dobles en el US Open y Wimbledon, y sus extraordinarias proezas sirvieron de incentivo para la aparición en la década del setenta de otra figura excepcional del tenis, Raúl Ramírez Lozano, quien fuera cuarto en el ranking mundial. 

Un accidente de Mexicana de Aviación el 4 de junio de 1969, cuando la aeronave se estrelló en las montañas de Monterrey, nos privó de continuar admirando en las canchas a Osuna quien contaba apenas treinta años cuando ocurrió el siniestro. 

Una antigua canción latinoamericana reza en su estribillo: Qué lejos está el mundo de nosotros, qué lejos, y cabe aplicarla al tenis, porque en el presente estamos tan lejanos a los lugares de privilegio que tenemos que evocar a Osuna, Francisco Contreras, Ramírez, Palafox, o los también laureados Jorge Lozano y Yola Ramírez Ochoa, para exhibir con orgullo la historia del tenis mexicano.

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