El Espejo de Eugenia

El Espejo de Eugenia: Hermila Galindo

En el congreso feminista, Hermila irrumpió con un tema tabú, innombrable, transgresor: la sexualidad de la mujer.

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Por Galo Mora Witt

Al revisar el antiguo Diccionario Espasa Calpe, que reposa entre los miles de libros de la biblioteca de mi padre, encontré,  en la entrada relacionada con hombres y mujeres, la siguiente  definición:

Hombre: ser racional perteneciente al género humano, y que se caracteriza por su inteligencia y lenguaje articulado.

Mujer: persona del sexo femenino. La que ha llegado a la edad de la pubertad. La casada, con relación al marido.

Semejante sandez debía ser analizada a partir de conceptos vertidos por presuntos pensadores que a lo largo de siglos han señalado a la mujer como origen de la perversión humana. Uno en particular llamó mi atención, porque su obra y acción no se situaron en tiempos arcaicos ni en la Edad Media sino en 1928, cuando funda el Opus Dei. Me refiero a José María Escrivá de Balaguer, quien, a manera de sentencia, escribía:

La atención prestada a su familia será siempre para la mujer su mayor dignidad: en el cuidado de su marido y de sus hijos o, para hablar en términos más generales, en su trabajo por crear en torno suyo un ambiente acogedor y formativo, la mujer cumple lo más insustituible de su misión y, en consecuencia, puede alcanzar ahí su perfección personal. [1]

Lo ignominioso es que este actor político, ligado a lo más conservador del pensamiento franquista, fue elevado a la categoría de Santo el 2002, durante el período de Juan Pablo II.

Responder, confrontar y desterrar semejantes aberraciones, mitad compasión, mitad desdén, no es tarea de un ser humano ni siquiera de varias generaciones, pero hay protagonistas de nuestra historia que consagraron su vida a desenmascarar a retardatarios y perversos, con traje o sotana. A principios del siglo XX, en México surgió una figura descollante: Hermila Galindo.

Hermila Galindo Acosta nació el 2 de junio de 1886 en la Ex Hacienda de San Juan de Avilés, Villa Juárez, Durango. Su madre murió en el alumbramiento, por lo que fue criada por su padre Rosario y su tía Ángela. La orfandad como calvario, la infancia como fardo, y la muerte de Don Rosario cuando Hermila tenía apenas dieciséis años, signaron la vida de esa muchacha tan brillante como curiosa. El dominio de mecanografía y taquigrafía, que en el pasado eran oficios relevantes, le permitió trabajar junto a Eduardo Hay, cercano a Francisco I. Madero, y, poco tiempo después, fue la oradora que recibió a Venustiano Carranza en su entrada a Ciudad de México. Fue secretaria particular de Carranza, diplomática en Cuba y Colombia.

Se inició en el periodismo en Veracruz, en El Pueblo, órgano constitucionalista, y su primer artículo ya es un manifiesto de lo que sería su quehacer creativo y de reivindicación: La mujer como colaboradora en la vida pública. Subrayaba que las cualidades que poseen los seres humanos son las mismas, independientemente del género al que pertenezcan, y al estar dotados de inteligencia, memoria, sentimiento y voluntad, debían ser tratados con equidad, no con una tolerancia hijastra de la sumisión.

En 1915, en el fragor revolucionario, publica La Mujer Moderna, publicación que ha sido considerada, por su naturaleza precursora y vanguardista, como una especie de Piedra de Rosetta del feminismo mexicano.

Ante la convocatoria del general Salvador Alvarado para la realización del I Congreso Feminista, realizado en Yucatán, Hermila es la principal promotora para que el Congreso Constituyente incluyera en la promulgación de la nueva Constitución el derecho de las mujeres a elegir y ser elegidas, y tenía enorme significancia aquella demanda en virtud de que las mujeres en México no tenían reconocimiento como ciudadanas. La iniciativa fue rechazada en sesión del 12 de diciembre de 1916, no obstante, la feminista popular fue postulada en 1918 como candidata a diputada federal por el V Distrito. No llegó a ocupar el cargo, pero sembró la necesidad, derecho y justicia para la mujer mexicana.

En el congreso feminista, Hermila irrumpió con un tema tabú, innombrable, transgresor: la sexualidad de la mujer. Rosa María Valles Ruiz nos lleva hacia ese momento, desafío a una sociedad tan vetusta como hipócrita:

En la actualidad, afirmaba, se procura en la mujer el desarrollo de lo que se llama vida del corazón y del alma, mientras se descuida y omite el desarrollo de su razón. El resultado: un terreno fecundo a todas las charlatanerías religiosas y material dispuesto para todas las reacciones (…) Se lanzó contra las mojigaterías de entonces que impedían que la mujer conociera sus características como mujer, y en qué consistía el instinto sexual. Toda esta ignorancia explica históricamente, afirmaba, los casos de pasiones inexplicables, las princesas que corrían la suerte de artistas trashumantes, las vírgenes de aristocrático abolengo que abandonaban su patria, hogar, familia, religión, sociedad, pasado, presente y porvenir, por caer en brazos de quienes las cautivaban sin importar su condición social (…) Con el absurdo pretexto de “no abrir los ojos a las niñas” nadie les informa nada. Las madres que tal hacen contribuyen a la degeneración de la raza, porque esa mujer linfática, nerviosa y tímida no puede dar hijos vigorosos a la Patria. [2]

En 1919 publicó su libro La Doctrina Carranza y el  Acercamiento Indolatino, fruto de su cercanía con el presidente constitucionalista. Cuando Carranza fue asesinado en 1920, la figura de Hermila pasó a segundo plano, pero en la memoria social su legado resplandecía, incluso desde la sombra. Uno de sus mensajes tiene, por trascendencia y vigencia, que formar parte del patrimonio de la igualdad, que es, no un archivo escondido, sino una tea que alumbra el presente:

El Estado amputado de mujeres, está tan reducido a la impotencia, como el individuo a quien se le ha amputadlo un brazo o una pierna. El pueblo que tiene dos ojos para ver y dos pies para andar, amengua todos sus posibilidades de progreso obstinándose en no ver, más que por ojos masculinos, las dificultadles que hay que resolver para bien total de la humanidad …[3]

Habría sido no solo deseable, sino obligatorio un debate entre Hermila y los misóginos con escapulario, como el fundador del Opus Dei; habría sido un festejo que Hermila enfrente la estulticia de un ex jefe de Estado que se atrevió a proclamar: El 75% de los hogares del país tienen una lavadora, pero no de dos patas o dos piernas, sino una metálica.

Frente a los ultramontanos, Hermila habría elevado su voz para proclamar su Credo:

Aún en países chapados a la antigua, en este asunto, como México, ya no se sonríe desdeñosamente al oír hablar de los derechos sociales y legales de la mujer; ya no se tiene como verdad incontrovertible, que la mujer solo sirve para dar besos o para lavar pañales; ya no se encuentra ridículo que la mujer se ocupe de nobles asuntos de arte o se engolfe en arduas especulaciones científicas; ya no se supone pecaminoso que la mujer se dedique a ganar el pan por sí misma, sin esperar a que un hombre lo consiga para ella; ya no se clasifica como vituperable que la mujer luche, que la mujer labore, que la mujer se preocupe seriamente por los asuntos que atañan al grupo humano del que ella forma parte.

Hermila falleció en Ciudad de México el 18 de agosto de 1954. Su credo está vivo.


[1] José María Escrivá de Balaguer; La mujer en la vida del mundo y de la iglesia; Disponible:https://www.escrivaobras.org/book/conversaciones-punto-87.htm

[2] Rosa María Valles Ruiz; Hermila Galindo: Ideas y acción de una feminista ilustrada; Revista Ciencia Universitaria. Disponible en: https://www.uaeh.edu.mx/investigacion/productos/4962/hermila_galindo_articulo_para_ciencia_universitaria.pdf

[3] Laura Orellana Trinidad; Hermila Galindo, una mujer moderna; Instituto Nacional de Bellas Artes; México; 2001; p.6

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