El Espejo de Eugenia

El Espejo de Eugenia: Luz Fabila Montes de Oca

Desde muy temprana edad la vida de esta gran pintora fue trazada por duros acontecimientos político-históricos que vivió México dentro de la primera mitad del siglo XX.

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Por Galo Mora Witt

De la urdimbre de siglos del pueblo de San Jerónimo de Amanalco en el Estado de México, de las torrenteras lacustres, de las arboledas, de la explotación del carbón, de la elaboración del pulque, tejamanil, cucharas –así se llamó un tiempo, Amanalco de las cucharas-, proviene una de las familias símbolo de la región, Montes de Oca, que impuso el sello y la impronta del tiempo mestizo.

La pareja conformada por Andrés Fabila Guzmán y Luisa Montes de Oca Recillas tuvo diecinueve hijos, sobrevivieron nueve. Luz, la última, nació el 5 de junio de 1905.  Un acontecimiento trágico dejaría en la orfandad al clan Fabila, como lo narra Andrés Henostroza:

Desde muy temprana edad la vida de esta gran pintora fue trazada por duros acontecimientos político-históricos que vivió México dentro de la primera mitad del siglo XX. Primeramente fue un fuerte shock al ver como sus padres son asesinados en Amanalco por un grupo revolucionario, Roba Gallinas, como solía nombrarlos ella. [1]

En un país convulso y agitado, como el México de las dos primeras décadas del siglo XX, las tropelías del bandidaje solían coexistir con las tomas de plazas y tierras de los insurgentes. Guerrilleros y facinerosos se confundían, con el agravante de su similar estrato social y campesino, de ahí que no haya precisión sobre aquel malhadado suceso que quebró el sosiego y la protección a la familia Fabila Montes de Oca.

Tras el dramático episodio, los huérfanos se trasladaron en tropel a Ciudad de México, fuga tribal para escapar de la violencia institucionalizada de aquel tiempo. En la capital el núcleo de sobrevivientes desarrollaría sus actividades, y, entre las mismas, su devoción por el arte y la investigación.

Luz asiste a la Preparatoria Pública en ese ambiente de permanente creatividad que la Revolución mexicana impuso a través de la Secretaría de Educación presidida y orientada por José Vasconcelos. Con trenzas, en ocasiones con rebozo y en otras pantalón de mezclilla, esa prenda que los obreros y ferrocarrileros ofrendaron al mundo, Luz, admiradora de Francisco de Goya, se interna en el quehacer creativo y artístico de una ciudad y un país estremecido por la transformación social.

En plena adolescencia revoltosa y pletórica, y pese al suceso del crimen familiar que marcó su vida, se involucra en ese nuevo México que crecía esperanzado, contradictorio y alborozado. Así lo confesó:

En esa época conocí a Diego Rivera y a Lupe Marín, y, por supuesto, a Frida Kahlo, con quien, además de vestirnos igual, compartíamos una amiga común, Adelina Zendejas. Unos años después, y como consecuencia del estallido de la rebelión contra el presidente Obregón, que duró hasta marzo de 1924 a un costo de siete mil muertos, nos separamos. Al igual que Frida, de joven me quitaba los años y realmente nos creíamos hijas de la revolución. [2]

En el escenario de transgresiones de una juventud creadora, Luz conoce al artista Federico Cantú, nacido en Nuevo León en 1907, quien a su regreso de París, donde estudió, pintó y expuso por un periodo de seis años, regresaba con un cúmulo de experiencias y, particularmente, con la fuerza avasalladora de la ruptura artística pregonada por sus amigos André Bretón y Antonin Artaud.

En medio de la Guerra Cristera era un auténtico desafío contraer matrimonio eclesiástico, y Cantú y Luz, siempre provocadores, aunque también cristianos, harían ese desplante al casarse el 11 de julio de 1928. Cabe una anécdota relacionada con la devoción religiosa. En años maduros, y con el avance de los medios audiovisuales, Luz cumplía el ritual de asistir a la misa pero a través de la televisión. Cuando una amiga le cuestionó la razón por la cual ya no iba a la antigua parroquia a la que solía asistir, la pintora respondió: porque a ese padre ya lo mandé a la mierda.

La pareja decidió instalarse en Los Ángeles, California, donde vino al mundo su hijo Federico Cantú Fabila. Federico y Luz decidieron contraer su matrimonio civil en 1929, pero un claroscuro ensombrecía la relación. Federico viajó a París, Luz regresó a Ciudad de México y retomó su trabajo pictórico que había asumido de manera intermitente en el último lustro.

Instalada en 1933 en su estudio-taller de Xola, Luz Fabila se reencuentra con acuarelas, dibujos óleos, y, tiempo después, conoce a quien sería parte aguas en su vida amorosa y artística, Emilio Rosenblueth, con quien compartirá un  idilio fecundado por los mismos intereses y pasiones estéticas. la misma aproximación a la realidad, mediada por las diferencias de origen, de entorno social y de influencias pictóricas.

El estilo de Luz, quien no plegó al espíritu surrealista dominante, se inscribe en una tendencia que comprende el retrato como elemento central con el entorno social caracterizado por el colorido resplandeciente de la flora mexicana; de igual manera la representación de la artesanía, como el canasto tejido de su obra Vida en el pueblo.

En 1945 Emilio Rosenbleuth falleció. El compañero y mecenas, el romántico y amoroso, quien decidió consagrarse a la pintura ya pasados los cuarenta años de edad, dejaba un vacío lagunero en la vida de Luz. Era entonces indispensable volver la mirada a su entorno, a quienes podían impulsar su arte, y nadie mejor que su amigo, Diego Rivera, a quien Luz pidió auxilio:

En abril del 45 fui a visitar a Rivera a su estudio para promover mi obra; ese día Diego fue muy amable y, después de platicar un rato, me preguntó si aparte de él pensaba ver a alguien más. Le dije: mira Diego, me acerqué a ti porque veo como has impulsado a Frida y yo ahorita ando muy bruja (…) sin más me hizo una recomendación para que el señor Lavin adquiriera piezas de mi colección y parte de las piezas prehispánicas que fui a desenterrar a Colima junto con mi hermano Alfonso. [3]

Una de las obras más representativas de Luz es, en mi opinión, el óleo donde un campesino sentado sobre una roca espera que el destino lo tome en cuenta. Con sus huaraches y sombrero, bozo y manos cruzadas, la mirada en lontananza no forma parte de ningún presagio. Solamente aguarda, como lo han hecho durante siglos los postergados, los comunes, los nadie.

En la Colonia Villa de Cortés de Ciudad de México, Luz cerró sus ojos para siempre el 4 de septiembre de 1984. Sus restos fueron trasladados al cementerio de Malinalco. Ante su fallecimiento, el profesor, periodista, poeta y animador cultural Gerardo Puertas Gómez escribió una especie de responso laico, que bien puede cerrar estas páginas que rinden tributo a la artista de Malinalco, Estado de México y el país:

Cierro los ojos y la veo sonriente.

Rostro bello. Pupilas brillantes y cabello oscuro. Voz fuerte.

Conversación chispeante y carcajada contagiosa.

Cigarrillo encendido. Boina y pantalón.

Paleta en mano. Pintando. Así la recuerdo

Bajo altos techos y sobre esbeltos andamios.

Trabajando en un mural para la Iglesia de Santa Rita en la Ciudad de México: la Virgen de la Luz.

(…)

Como su nombre, Luz, su memoria es alborada.


[1] Luz Fabila Montes de Oca, pintora; blogspot de Adolfo Cantú; disponible en: https://luzfabila.blogspot.com/2014/06/luz-fabila-montes-de-oca.html

[2] Luz Fabila Montes de Oca, pintora; blogspot de Adolfo Cantú; disponible en: https://luzfabila.blogspot.com/2014/06/luz-fabila-montes-de-oca.html

[3] Luz Fabila Montes de Oca, pintora; blogspot de Adolfo Cantú; disponible en: https://luzfabila.blogspot.com/2014/06/luz-fabila-montes-de-oca.html

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