El Espejo de Eugenia

EL ESPEJO DE EUGENIA: REMEDIOS VARO

Renacentista del siglo XX o vanguardista del XVI nos legó aquello que a los simples y comunes se nos hace imposible: volar.

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Por Galo Mora Witt

Al nacer el 16 de diciembre de 1908 fue nombrada  María de los Remedios Alicia Rodriga Varo y Uranga, así, con esa letanía que seguramente representaba linaje y tributo a la Virgen de los Remedios, patrona de Anglés, Gerona, lugar del natalicio de quien se convertiría en una de las mayores cifras de la pintura del siglo XX.

El padre de Remedios, Rodrigo, era un estudioso del Esperanto, aquel artificio utópico que perseguía dotar a la Humanidad de una lengua común, vale decir, martillo para socavar los cimientos de la Torre de Babel. No se imaginó que la comunicación universal estaba a dos pasos, en un recoveco de la Calle Mayor, en la casa familiar, donde su segunda hija empezaba a dibujar figuras extrañas, bordeadas por palabras más raras aún. Rodrigo era experto en dibujo técnico y la había impulsado a pintar, pero sus bocetos y trazos le causaban una combinación de curiosidad y sobresalto.

Al preguntar a su hija cuál era el significado de esa urdimbre y mezcolanza de formas y vocablos, la pequeña respondió: es lo que atesoro cada día: el insomnio, el calor de Marruecos donde nos llevaste a vivir, los juegos con mis hermanos Rodrigo y Luis, las oraciones de mamá para que no enfermemos de tifus y sus recuerdos de su tierra argentina. También estás tú,  con tus minerales, tu idioma loco,  y el ambiente de Madrid que sofoca o hiela.

Rodrigo no esperó más. La inscribió en la academia San Fernando, y allí Remedios se sintió perturbada al admirar a Zurbarán, El Greco, José de Ribera y, en especial, a la gaditana Francisca Meléndez, quien hizo del retrato en miniatura, pintura sobre nácar, un ejercicio de virtuosismo. En 1930 Remedios se graduó en la academia y su impronta de aquel tiempo, así como detalles de su vida y estudios los podemos observar en la biografía que de ella hiciera la historiadora de arte Janet A. Kaplan: El arte y la vida de Remedios Varo.

Con el advenimiento de la Guerra Civil Española, parte aguas universal, ensayo del crimen fascista que vendría con la alianza nazi-fascista de Hitler, Mussolini, Franco y Salazar, Remedios tomó partido hasta mancharse. Republicana hasta la médula, crítica del nacional sindicalismo falangista, optó para salvaguardar arte y vida por emigrar a París. Leonora Carrington y Joan Miró la acogieron y fue tiempo de deslumbramiento y amor. Junto a su pareja, el poeta Benjamín Peret, se vio forzada a escapar cuando ocurrió la invasión y ocupación nazi de la capital francesa, entonces, desde el sur de Francia a Marruecos y luego en trasatlántico a México, donde fueron expedidos sus  pasaportes en condición de refugiados políticos, gracias al gobierno de Lázaro Cárdenas del Río.

En Ciudad de México reside el resto de su vida, salvo dos años en que se trasladó a Venezuela. En la capital mexicana desarrolla la obra de mayor trascendencia junto a su círculo más cercano, con transterrados semejantes como la fotógrafa húngara Katy Horna, el pintor y teórico surrealista austriaco Wolfgang Paalen, y  el provocador elenco de las artes y las letras de México, con Rivera, Kahlo, Paz, por citar unos pocos. Con Leonora Carrington la hermandad era tal que se encontraban a diario para hacer compras, cuchichear, conspirar, contarse detalles de las obras que producían. Mi alma gemela en el arte, le decía.

En su pintura las mujeres representadas no son adorno ni aderezo, son musas transfiguradas en emblemas simbólicos de la insumisión o el desafío: son brujas, hechiceras, médiums, lechuzas, magas, adivinas. En Salem la habrían calcinado.

Al invocar cábala y superstición, dotó a su cuadro El Juglar de una carga esotérica y misteriosa que nos produce una mezcla de asombro y ansiedad, por el temblor malabarista del personaje que no sabemos si canta o encanta, o ambas cosas a la vez. Charlatán de feria y alquimista, el juglar ha sido representado con la carta primera del tarot, con los heraldos para esparcir noticias en la aldea, con la crónica de lo vivencial y cotidiano, y Remedios nos lo presenta con una vestimenta que parecería invocar al Duque de Aquitania, precursor de la trova y la crónica cantada.

A través de mi hijo Martín conocí otra esfera de influencia. Es la estampa primera de la novela La subasta del lote 49, del escritor neoyorkino Tomas Pynchon:

En Ciudad de México, sin darse cuenta, habían acabado por entrar en una exposición de cuadros de la guapa española exiliada Remedios Varo; en el panel central de un tríptico titulado Bordando el manto terrestre había una serie de niñas delgaduchas con cara de corazón, ojos grandes, cabellera de oro en rama, encerradas en el habitáculo superior de una torre circular, bordando una especie de tapiz que se salía por las troneras y caía al vacío, tratando inútilmente de llenarlo; pues los demás edificios y criaturas, olas, barcos y bosques de la Tierra estaban dentro del tapiz y el tapiz era el mundo. Edipa, con morbo, se había detenido ante el cuadro y se había echado a llorar. Nadie se había dado cuenta; llevaba gafas semiesféricas de color verde oscuro.

Las metáforas ocupan lugar central en la pintura de Remedios, y, como es obvio en la pintura surrealista, cada quien con su poder de observación podrá imaginar y sentir de manera particular. En La Papilla estelar parece configurarse el cuatro propio de Virginia Wolff; En La Despedida, la bifurcación de senderos me hace recordar a Borges; en El agente doble, el espionaje vuela hacia los símbolos más atrevidos, retrato infiel de la ignominia; en Los ojos sobre la mesa, los lentes observan a la mirada.

Misticismo, magia, ruptura, levitación, psiquis, conjuro, mundo bizarro, insectos, tiempo suspendido, pincel cósmico, escenario gótico.  ¿Cómo pintaba?

Lo entiende Octavio Paz:

En la lucha con la realidad, algunos pintores la violan o la cubren de signos, la hacen estallar o la entierran, la desuellan, la adoran o la niegan. –Remedios la volatiliza: por su cuerpo ya no circula sangre sino luz (…) Pintura especulativa, pintura espejeante: no el mundo al revés, el revés del mundo. [1]

El 8 de octubre de 1963 un paro cardiaco produjo la muerte de Remedios. La renacentista del siglo XX o vanguardista del XVI nos legó aquello que a los simples y comunes se nos hace imposible: volar.

Su último compañero, el político austriaco Walter Green, se encargó hasta el fin de sus días de hacer conocer al mundo las obras de la mexicana, lo fue por naturalización y derecho. Remedios nos guió por inexplorados caminos hacia un único puerto: la conciencia. Remedios fue la alquimista que nos enseñó que es posible pintar quimeras y espejismos. Con tanta razón Rosario Castellanos le escribió Metamorfosis de la hechicera:

Mujer, tuvo sus máscaras y jugaba a engañarse

y a engañar a los otros

más cuando contemplaba su rostro verdadero

era una flor de pétalos

pálidos y marchitos: amor, ausencia y muerte.

y en su corola había

alguna cicatriz casi borrada.

Por todo lo que supo era obediente y triste

y cuando se marchó por esa calle

-que tan bien conocía- dc los adioses,

fueron a despedirla  criaturas de hermosura.

Esas que rescató del caos, de la sombra,

de la contradicción, y las hizo vivir

en la atmósfera mágica creada por su aliento.


[1] Octavio Paz; Apariciones y desapariciones de Remedios Varo; México en la obra de Octavio Paz; Fondo de Cultura económica; México; 1987; p. 411

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