El Espejo de Eugenia

El Espejo de Eugenia: Centenario del poeta mártir

Cuando las multitudes irredentas se revuelvan en potros de tormento, y de justicia y de piedad sedientas, alzan en vano el desgarrado acento los ayes de las liras son afrentas:
No lancemos, de hoy más, quejas al viento.

Publicado

en

José María Pino Suárez, nacido en Tenosique, Tabasco el 8 de septiembre de 1869, se distinguió desde temprana edad por su afición a las letras, lugar común para quienes, desde la estancia de consejas y duendes, podían consagrarse a ese estilo de vida que conjugaba paz, meditación y el parsimonioso fluir del tiempo en torno a un ambiente bucólico y pastoril, con el río Usumacinta como espejo de horas libres. Al río le dedicó un idilio de agua:

Sus márgenes adornan en guirnalda

flores mil que fecunda allí el coloso,

copando en sus cristales majestuoso,

los colores azul, violeta y gualda,

dulces rumores a mi undoso río.

¡Quiera el cielo propicio, cuando muera

bañen sus aguas el sepulcro mío¡

Se trasladó a Yucatán para estudiar abogacía e inició su labor periodística en el diario El Peninsular, en columna que advertía su consagración a militar en filas progresistas, ideal que conjugaba con su pasión por la poesía. A la novia perdida, la esperanza, le cantó desde Mérida con un quejido que buscaba conmover a esa hada fugitiva:

Cuántas veces en medio del camino

sin flores y sin luz de la existencia,

bajo el peso fatal de mi sentencia

me detengo cual triste peregrino.

Cansado de sufrir, la frente inclino

e implorando del cielo la clemencia,

pido un ángel bendito de inocencia

que me ayude a luchar con el destino.

Mas vano ha sido mi constante anhelo;

en el mar de mi vida no hay bonanza,

y si angustiado me dirijo al cielo,

mi suspiro se pierde en lontananza;

sólo guardo en tan hondo desconsuelo

en lo íntimo del alma una esperanza…

Qué lejos estaba el joven bardo de avizorar lo que el futuro le depararía cuando la política, hechicera de almas en pena o panacea de desbocados adolescentes, lo convocó para la cruzada contra el porfirismo. México vivía entonces etapa de barbarie, como la calificaría el norteamericano John  Kenneth Turner, en referencia a una dictadura feroz y expoliadora, periodo de tranzas, persecuciones, masacres, depredación, usurpación y régimen autárquico en lo formal, pero en lo económico entregado a compañías extranjeras que mancillaban no solo territorio y bandera, sino la misma raíz y núcleo de culturas milenarias devastadas por la codicia. Cuando se sumó a la cruzada democrática, su acción llamó la atención de Francisco I. Madero, más por poeta que por abogado, afirma Ramón Puente.

A diferencia de oportunistas y utilitarios, Pino Suárez no se sumó a la campaña de Madero a la caza de un  ascenso en la movilidad social o de canonjías en un potencial gobierno. Puso a disposición del proceso su patrimonio e invirtió más de ochenta mil pesos, cuando el jornal del peón era de apenas un peso, de acuerdo a testimonio del escritor colimense Daniel Moreno. Del grupo que dirigió las pláticas de Ciudad Juárez a la gobernación de Yucatán y luego a la vicepresidencia de la república, la carrera de Pino Suárez devela a un poeta que las circunstancias, la lealtad y la consecuencia ubicaron en momentos estelares, pero también de hondo conflicto. Al entonces embajador de Cuba en México, Márquez Sterling, Pino Suárez le manifiesta, pocos días antes de la Decena Trágica:

Nos hallamos en situación muy crítica y solo un cambio de métodos podrá evitar la catástrofe; pero el cambio está  planteado y el gobierno se apartará del precipicio. Una mano enérgica, una dirección política determinada, concreta, invariable, es cuanto requiere la salud alteradísima del país. Ir hacia los antiguos cómplices de Don Porfirio es poner la garganta bajo el hacha del verdugo. No que recomiende persecuciones. Yo mantengo el programa de San Luis, que es un homenaje a las leyes, la libertad y la civilización. Pero la política de acercamiento al aristócrata que nos odia y se aleja, nos lanza a los abismos (…) No somos adversarios de nadie, pero todo el mundo es adversario nuestro. El presidente ve ya claro en este asunto del cual dependen la vida del gobierno y quizá nuestra propia vida. Tengamos Congreso y pueblo y no nos hacen falta los aristócratas. [1]

Sin duda Pino Suárez tenía más claro el panorama que Madero. Coincidía con Gustavo A. Madero en la inútil opción de ententes y conciliaciones con una reacción que solo apostaba por el apocalipsis de la democracia. El poeta se veía en los espejos de otros tiempos en los que bardos de diversas latitudes se habían enfrentado a la carroza del odio y la muerte, entre ellos Shakespeare, Molière, Lord Byron, Pushkin, Olmedo, Whitman.  

Entre 13 y 22 de febrero de 1913, la escalada de violencia, felonía, indignidad y vileza trepó hasta púlpitos, embajadas, cuarteles, donde se urdió una de las mayores infamias acontecidas en nuestro país. En La Ciudadela se parapetaron las fuerzas golpistas que exigían la renuncia del presidente Madero. La conspiración urdida por porfiristas y ambiciosos se convertiría en la mayor traición registrada en la historia de México. Victoriano Huerta fue el beneficiario de la conjura y, tras ordenar el asesinato de Gustavo A. Madero, con la complicidad del embajador estadounidense Henry Lane Wilson, fraguó el magnicidio. Francisco I Madero y el poeta vicepresidente, Pino Suárez, fueron acribillados. La última carta de Pino Suárez, dirigida a su amigo Serapio Rendón, versifica la tragedia:

El cuarto que ocupamos tiene una claraboya que mira al patio; la luz entra con timidez cual temerosa de ser también aprisionada (…) A la puerta hay dos centinelas de vista que día y noche nos vigilan: cada dos horas son relevados con estrépito de sables y espuelas. No me gusta la cara del sargento: es cara de hiena con ojos de tigre. [2]

El horror y la satrapía forman el manto de niebla roja. La democracia ha sido destrozada. La lealtad se ha teñido de sangre. A los cien años de la masacre, los versos de Pino Suárez estremecen:

Cuando las multitudes irredentas

Se revuelvan en potros de tormento,

Y de justicia y de piedad sedientas,

Alzan en vano el desgarrado acento,

Los ayes de las liras son afrentas:

No lancemos, de hoy más, quejas al viento.


[1] Daniel Moreno Díaz; Los hombres de la revolución; Costa-Amic Editores; México; sexta edición; 1994; p. 80.

[2] Paco Ignacio Taibo II; Temporada de zopilotes; Planeta; Ciudad de México; 2009; p. 128

Tendencia

Salir de la versión móvil