El Espejo de Eugenia

Espejo de Eugenia: VIOLETA Y AMPARO

No fueron ni son hadas ni amazonas, fueron y son, cronistas, reveladoras de patrañas, denunciantes de injusticias; no utilizaron leyes o leguleyadas ni se arrimaron a hombros machos para tomar vuelo, lo hicieron a través de la ternura, alzaron la voz desde la ira, afinaron silencios de siglos, rasgaron cuerdas locas, fueron, en suma, lideresas del coral de excluidos y desamparados.

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Violeta del Carmen Parra Sandoval nació en 1917 en la comunidad de San Fabián de Alico, actual región de Ñuble, Chile; María Amparo Ochoa Castaños vino al mundo en 1946 en Costa Rica, municipio de Culiacán, Sinaloa, México,; Violeta arpillera, Amparo maestra rural; Violeta se suicidó el 5 de febrero de 1967; Amparo falleció de cáncer el 8 de febrero de 1994. Se cumplen, entonces, cincuenta y seis años sin Violeta y veintinueve sin Amparo, dato que solo copia las mentiras que la helada cronología y el obituario registran, porque están allí, vivas, con voz alta, agudas, habitantes de las ciudades de las damas.

No fueron ni son hadas ni amazonas, fueron y son, cronistas, reveladoras de patrañas, denunciantes de injusticias; no utilizaron leyes o leguleyadas ni se arrimaron a hombros machos para tomar vuelo, lo hicieron a través de la ternura, alzaron la voz desde la ira, afinaron silencios de siglos, rasgaron cuerdas locas, fueron, en suma, lideresas del coral de excluidos y desamparados.

En horas de presunto ocio, Violeta amasaba arcilla y barro para modelar esculturas que se sostenían en alambres y eran decoradas con granos de lentejas, arroz, frijoles, especie de collage de la comida popular; sus tapices, al igual que las esculturas, fueron exhibidos en el Museo Louvre de París, y son testimonio de una mirada que, entre cubismo y naif, exploraba el olvido al que se sometió por centurias a artesanos y artistas populares de culturas arrasadas. Con la guitarra, el cuatro venezolano, y la asistencia de algunos de sus hermanos deambuló por destartalados boliches circundantes al barrio Mapocho de Santiago, donde interpretaba rancheras y corridos de la Revolución mexicana, y era fácil percibir que por su sangre corrían glóbulos de Lautaro, Caupolicán y Emiliano Zapata; para sus ojos nada estaba vedado, de ahí que en sus cánticos que parecían ascender desde su carpa al cielo encontremos el maíz de los Picunches, el rehue de los Mapuches, la cerámica de los Huilliches, los Rapanui y su acervo polinesio, las calabazas de los Diaguitas, las canoas de los Caucahués,  mapa para la amnesia de otros, registro para el desprecio de cuicos y cuicas, vale decir, la clase alta chilena, que con sus pergaminos heráldicos de nobleza y aristocracia adquiridos en anticuarios, engrosarían las carpetas de contratos y negociados en las altas esferas del poder, esos mismos momios que desde 1973 festejaron y zapatearon sobre las mazmorras de la dictadura fascista de Pinochet.

Amparo destacó desde su niñez en el arte popular. Cantaba sentaba en las faldas de su padre, Don Chano, guitarrista y acordeonista. Su preocupación por la infancia desvalida la inclinó hacia la docencia, y en su paso por las escuelas rurales dejó la impronta de su humanismo, solidaridad y complicidad con los anhelos de los marginados. Se trasladó a Ciudad de México en 1969 y aquí se abrió la senda que la llevaría por escenarios del mundo, con su voz de cenzontle norteño, pájaro de cuatrocientas voces. Con un quejido caprino, Amparo elevó la voz por los desposeídos, porque, decía: El compromiso de todo artista es la honestidad, la sinceridad …ser conscientes que vivimos en una sociedad que sufre cambios,  una sociedad que tiene un proceso histórico … los artistas, sus trabajadores, están plenamente conscientes de ello. Tenemos que ser responsables  ante este compromiso con nuestro pueblo y nuestra gente. [1] Así pensaba la que se hizo acreedora al apodo familiar de Vida.

Conozco a Violeta a través de testimonios de quienes fueron una especie singular de discípulos en el llamado movimiento de la Nueva Canción Chilena. Los compañeros de los grupos Quilapayún, Inti Illimani, Illapu, han referido su condición de oyentes y aprendices de su canto; su alumno más célebre, el mártir del socialismo Víctor Jara, al proponer su Manifiesto, decía:

Aquí se encajó mi canto

como dijera Violeta

guitarra trabajadora

con olor a primavera

Conocí a Amparo en 1981 y, como solía decir una tía muy querida, pude “lograrla un tiempito”, lograr en la acepción secundaria de  disfrutar algo. Recorrimos países, tarimas, congojas, madrugadas, guitarreadas, esperanzas. Era todo lo contrario a las divas que lucen falsos oropeles, y vestida con huipil, de tehuana o china poblana, su entrada al escenario conmovía, encendía luces temblorosas, aplausos sinceros, hurras naturales y bravos genuinos. Entonaba corridos revolucionarios que se alzaban desde su terciopelo de contralto. Sus legendarias interpretaciones de Se me reventó el barzón, Jacinto Cenobio, La Maldición de Malinche, Mujer si te han crecido las ideas, eran perlas que en su voz volvían al origen de las ostras, a la génesis popular, y, por supuesto, a la inversa, pasaba de crisálida a mariposa monarca apenas sonaba el primer acorde. Elena Poniatowska escribió: Al igual que otros toman un fusil,  Amparo alza la voz anunciando la buena nueva,  pregonando el día de la liberación, el día en que nadie sea esclavo y que a ningún niño le falte su cometa.

Violeta inundó al mundo con su vocecilla de polola del pueblo chileno y en combinación de gozo y sufrimiento nos legó Gracias a la vida, Volver a los 17, La jardinera, Maldigo del alto cielo, Corazón maldito, El rin del angelito, canciones, baladas y rondas para corear entre guachos, huasos, curaos y yuntas. Su hermano Nicanor, el anti poeta, premio Cervantes  2011, le dedicó letras que son más retrato que oda:

Dulce vecina de la verde selva
Huésped eterno del abril florido
Grande enemiga de la zarzamora
Violeta Parra.

(…)

Pero los secretarios no te quieren
Y te cierran la puerta de tu casa
Y te declaran la guerra a muerte
Viola doliente.

Porque tú no te vistes de payaso
Porque tú no te compras ni te vendes
Porque hablas la lengua de la tierra
Viola chilensis.

(…)

Cocinera
niñera
lavandera
Niña de mano
todos los oficios
Todos los arreboles del crepúsculo
Viola funebris.

Gabino Palomares, hermano de Amparo en el canto, la siembra, la penumbra y el sosiego, dedicó a Vida Ochoa una ofrenda que cabe tararear:

De profesora, bailarina y enfermera

Tu decisión fue volar, madre soltera,

Desafiando las mujeres el destino

Decidiste valiente, abrir camino.

De las mujeres y los niños, sus derechos,

Impregnas tu garganta y se hacen llama,

El corrido, la trova y el bolero

En tu ser se hacen vida y se hacen alma.

Por los pueblos, aldeas y ciudades de Nuestra América, las sombras de Violeta Parra y Amparo Ochoa recorren los tinglados, aparecidas quizá,  espectros vivos, madres insomnes y llagas perfumadas.

Las dos fueron y son militantes de la historia, mujeres que bajo las piedras encontraban tonadas, luciérnagas y cigarras.


[1] Modesto López; Morriñas, aguafuertes de mi amor por la vida; ediciones Pentagrama;  Ciudad de México; 2022; p. 439

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