Cultura

EL ESPEJO DE EUGENIA: San Valentín y Vicente Guerrero

Cuando celebremos a San Valentín, al día de amistad y amor entre los seres humanos, debemos hacer un pacto con la memoria y rendir tributo al mártir Vicente Guerrero, seña y contraseña de la dignidad, honradez y sacrificio del pueblo mexicano.

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Luperca, la loba que amamantó y crio a Rómulo y Remo en la fundación mítica de Roma, dio origen con su nombre a las fiestas lascivas llamadas Lupercales. Para desterrar esas prácticas licenciosas, la Iglesia, con el papa Gelasio I a la cabeza, decidió trastocar el ritual pagano para convertirlo en un utilitario homenaje al sacerdote Valentín de Roma, quien, de acuerdo con el relato legendario, acompañaba a los cristianos perseguidos o enlazaba en matrimonio a soldados víctimas de una tormentosa soledad.

A finales del siglo XVIII, y con el comercio como bandera, el patronazgo de San Valentín se extendió por el mundo, consagrándose el 14 de febrero como Día del Amor y la Amistad.

No todo fue color de rosas. Durante el periodo de la prohibición de venta e ingesta de licor en los Estados Unidos de Norteamérica, un suceso brutal empañaría la celebración. Por orden de Alfonso Capone, varios mafiosos pertenecientes a la banda rival de Bugs Moran fueron masacrados con ráfagas de metralla en la pared de un callejón de Chicago. 

Un siglo antes, otra muralla fue testigo y sostén de un nefando crimen. En Culiápam, antes llamado Sahayuco y luego Quayugol y Ampa-Valle, pueblo de origen mixteco, la Orden de los Predicadores Dominicos construyó un convento consagrado a Santiago Apóstol, del que hoy quedan ruinas y algún rumor de antaño. A ese sitio de Oaxaca, convertido ya en muladar, fue conducido el 14 de febrero de 1831 el héroe Vicente Guerrero

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Atrás quedaba su pasado de arriero, su etnia afroamericana, su voluntad indomable en la lucha independentista, a la que se unió fervoroso en 1810, sumándose al año siguiente a las tropas insurgentes de José María Morelos y Pavón, a quien sucedió en el liderazgo de la causa emancipadora, tras la aprehensión y asesinato de Morelos en 1815.

En su memoria, frente al pelotón de fusilamiento, recordaría su alianza primigenia con Iturbide y la violenta oposición a este cuando se declaró emperador; a la logia yorkina, federalista y anticolonial; su efímero paso por la presidencia de la república en 1829, cuando le cupo el honor de decretar la abolición de la esclavitud.

La sentencia que condenaba a muerte a Guerrero fue fraguada tras la alianza proterva entre Santa Anna y Anastasio Bustamante, utilizando para ello la antigua estrategia de la traición. Un mercenario genovés, Francesco Pittaluga, se prestó para el acto infame de secuestrar a Guerrero y luego entregarlo, a cambio de cincuenta mil pesos.

En una de las murallas del viejo convento de Culiápam, ruinas que visité hace poco y donde pude observar la historia con su color ocre y sangre, los fogonazos acabaron con la vida del insurgente mexicano, uno de los más lúcidos y honestos independentistas, quien nos legó aquella radiante sentencia patriótica: 

“Señores, este es mi padre, ha venido a ofrecerme el perdón de los españoles y un trabajo como general español. Yo siempre lo he respetado, pero la Patria es primero”.

Cuando celebremos a San Valentín, al día de amistad y amor entre los seres humanos, debemos hacer un pacto con la memoria y rendir tributo al mártir Vicente Guerrero, seña y contraseña de la dignidad, honradez y sacrificio del pueblo mexicano.

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